Queridos hermanos y hermanas:
Con estas palabras
inician la sabatina muchas iglesias de la Archidiócesis. Con ellas inicio yo
esta carta semanal en este domingo en el que iniciamos nuestro camino de
Adviento de la mano de la Virgen Inmaculada. Estamos comenzando su novena, que
nuestra Archidiócesis celebra con grandísimo esplendor, teniendo como centro el
dogma definido por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854 al proclamar
solemnemente que la Santísima Virgen, “fue preservada inmune de toda mancha de
la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y
privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús
Salvador del género humano”.
La Concepción
Inmaculada de María es obra de la Santísima Trinidad Santa. Ante el extravío de
los hombres, alejados de Dios por el pecado, en la plenitud de los tiempos, el
Hijo unigénito de Dios se ofrece al Padre para venir al mundo y llevar a cabo
la obra saludable de nuestra salvación. Dios Padre prepara una madre para su
Hijo, que se encarna por obra del Espíritu Santo para nuestra salvación. Y
elige una madre santa, pura y limpia, no manchada por el pecado original e
inmune de pecados personales.
La Concepción
Inmaculada de María deriva de su maternidad divina. Por ser Dios, Jesús pudo
dibujar el retrato físico y espiritual de su madre y, en consecuencia, pudo
hacerla santa, hermosa y “llena de gracia” (Lc 1,18). Este privilegio singular
es el primer fruto de su muerte redentora. Mientras los demás hombres y mujeres
somos limpiados del pecado original en el bautismo por el misterio pascual de
Cristo muerto y resucitado, María es preservada del pecado aplicándosele
anticipadamente los méritos de su sacrificio redentor. Por ello, posee la
plenitud de gracia y no hay en ella el menor atisbo de pecados personales. Aquí
se fundamentan los demás privilegios marianos, entre ellos su Asunción en
cuerpo y alma a los cielos.
El sentido de la
fe del pueblo cristiano, ya en los primeros siglos de la Iglesia, percibe a la
Santísima Virgen como “la Purísima”, “la sin pecado”, convicción que se
traslada a la liturgia y a las enseñanzas de los Padres y de los teólogos. En
el camino hacia la definición, pocas naciones han contraído tantos méritos como
España. En siglo XVI son muchas las instituciones, que hacen suyo
El Arzobispo de Sevilla el “voto de la Inmaculada”. Universidades, gremios
y cabildos e incluso ayuntamientos juran solemnemente defender “hasta el
derramamiento de su sangre” los privilegios marianos, especialmente el de la
Inmaculada Concepción.
La conciencia de que
María fue concebida sin pecado crece en la época barroca, en la pluma de
nuestros más eximios poetas, en los lienzos de nuestros más inspirados
pintores, en las tallas de nuestros más esclarecidos escultores e imagineros y,
sobre todo, en la devoción de nuestro pueblo. Por ello, no es extraño que en
España se viviera con singular regocijo y alegría la definición dogmática por
el papa Pío IX. Destaca entre las diversas regiones Andalucía, la “tierra de
María Santísima”.
Nuestra
archidiócesis no queda a la zaga en la defensa del privilegio de la Concepción
Inmaculada de María. A partir del Renacimiento, en su honor se erigen
cofradías, se celebran fiestas religiosas y salen a la luz numerosas
publicaciones que defienden la limpia Concepción. A mediados del siglo XVII,
son muchas las instituciones sevillanas, civiles, religiosas y académicas, que
se imponen la obligación de jurar la defensa de esta hermosa doctrina en los
actos de toma de posesión de sus cargos. Otro tanto hacen desde entonces
numerosísimas Hermandades en sus funciones principales. Fruto de este fervor
mariano son los cientos y cientos de cuadros y tallas bellísimos dedicados a la
Inmaculada en nuestra Catedral y en todas las iglesias de la archidiócesis,
aspecto éste que llama poderosamente la atención de quienes venimos de otras
latitudes geográficas.
La tradición
inmaculista no debe perderse entre nosotros. Por ello, en las vísperas de esta
solemnidad, invito a todos los cristianos de la archidiócesis, y muy
especialmente a los jóvenes, a la Vigilia de la Inmaculada, que tendrá lugar en
la noche del día 7 en la Catedral. Os invito también a la solemne Misa
Pontifical que celebraremos en el mismo templo el día 8. Vivid con toda
intensidad la novena de la Inmaculada. Contemplad en estos días las maravillas
obradas por Dios en nuestra Madre. Alabad a la Santísima Trinidad por María, la
obra más perfecta salida de sus manos. Felicitad y honrad a la Virgen y, sobre
todo, imitadla luchando contra el pecado y tratando de vivir siempre en gracia
de Dios. Pedid a Dios, con la oración colecta de esta fiesta que Él que
preservó a María de todo pecado, “nos conceda por su intercesión llegar a Él
limpios de todas nuestras culpas”.
Para todos, mi
saludo fraterno y mi bendición. Feliz domingo, feliz día de la Inmaculada.
+ Juan José Asenjo
Pelegrina
Arzobispo de Sevilla