Esta
mañana se presentó en el Vaticano el mensaje del Papa Francisco para la
48º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, bajo el lema “La
Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro”. A continuación, presentamos el texto íntegro del Santo Padre:
VATICANO, 23 Ene. 14 / 10:48 am (ACI)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por
lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los
otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la
comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos
hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan
divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa
distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres.
A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la
gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas.
Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El
mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así
como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas,
ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos
sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un
renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida
más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre
nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se
pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de
los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de
diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto.
La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar,
sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden
ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la
comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En
particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y
de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.
Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la
que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y
de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo.
La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una
riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de
informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o
incluso a determinados intereses políticos y económicos.
El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el
contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar
por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado.
Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social
–por tantos motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos.
Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de
comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en
definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es
lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el
mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de
lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar
silencio para escuchar.
Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de
nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente
tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos
el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar
el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y
como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también
sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el
cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio
y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera
política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros.
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una
auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor,
¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible,
aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca
los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba,
es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi
prójimo?» (Lc. 10,29).
La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de
proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la
«proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo
ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la
parábola del buen samaritano, que es también una parábola del
comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen
samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio
muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva:
no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz
de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar
conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este
poder de la comunicación como «proximidad».
Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al
consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una
agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos
y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita
y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es
mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes
de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios
nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo
real.
No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar
conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero
encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos.
Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias
comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la
comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno
de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar
también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no
una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los
medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en
juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso
personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador.
Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede
alcanzar las periferias existenciales.
Lo repito a menudo: entre una Iglesia
accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de
autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del
mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y
afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales,
pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una
salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje
cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8).
Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el
mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de
vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el
umbral del templo y salir al encuentro de todos. Estamos llamados a dar
testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de
comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar
forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales
son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la
belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el
contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y
encender los corazones.
No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos,
sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la
disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus
preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del
sentido de la existencia humana» (BENEDICTO XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).
Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber
entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus
expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el
Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado
para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere
profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar
significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir,
acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa
renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que
sean únicas y absolutas.
Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre
apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que
nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno
para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos
especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien
encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos
del mundo digital.
El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación
son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al
encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse
en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de
comunicación y de la información constituye un desafío grande y
apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para
transmitir a los demás la belleza de Dios.