Queridos hermanos y hermanas:
El pasado 1 de enero, celebrábamos la
solemnidad de Santa María Madre de Dios, iniciando así el año nuevo de
la mano y con la compañía de la Virgen, cuyo papel es insustituible en
el misterio de la Navidad. A ella, la Virgen fiel, que hace posible la
encarnación del Señor, le pido para todos los fieles de la Archidiócesis
que el año 2014 sea verdaderamente un año de gracia, de auténtica
renovación de nuestra vida cristiana y de nuestro compromiso apostólico,
un año de fidelidad, de fecundidad espiritual y de servicio a los
pobres. Con palabras de la primera lectura de la Eucaristía de dicha
fiesta, os deseo a todos que en el nuevo año, “el Señor os bendiga y os
proteja, ilumine su rostro sobre vosotros y os conceda su favor; [que]
el Señor se fije en vosotros y os conceda la paz”.
El próximo lunes celebraremos la
solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa manifestación de
Dios. En la Historia de la Salvación, Dios se ha ido manifestando
paulatinamente. Al principio, a través de signos materiales. Después se
revela por medio de los profetas. Con la encarnación, comienza la
manifestación plena de Dios a la humanidad. Desde entonces nos habla, se
nos hace cercano y accesible por medio de su Hijo, igual a Él en
esencia y dignidad, reflejo de su gloria e impronta de su ser. Él es su
Verbo, el origen y causa de todo lo que existe, la vida y la luz
verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Él es la
Palabra eterna del Padre que en la Nochebuena se ha hecho carne y ha
plantado su tienda entre nosotros.
La Adoración de los Reyes Magos. Gentile da Fabrano, 1423 |
En esta Navidad nos hemos acercado con
piedad infinita a Belén para contemplar al Niño en el pesebre. Y hemos
comprobado que el Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre verdadero, con
nombre y apellidos, con una genealogía, un lugar de nacimiento y una
familia tan sencilla como extraordinaria. Nos lo ha repetido sin cesar
la liturgia de esos días, “El verbo se ha hecho carne”. El que no tenía
carne, el que era puro espíritu inmaterial, asume nuestra carne. Se
despoja de su rango y toma la condición de esclavo pasando por uno de
tantos. Deja el seno cálido del Padre y emprende el duro camino de los
hombres. Se hace, como escribe San Juan de Ávila, romero y peregrino.
Vive en la intemperie y el desierto. No pasa de puntillas junto a
nosotros. Asume nuestra naturaleza con todas sus consecuencias, excepto
el pecado, sin rehusar la debilidad y la fragilidad del ser humano.
Por amor a cada uno de nosotros, rompe
los cálculos de una ley de mínimos, hasta dejarse crucificar. Para que
nosotros después administremos con cuentagotas nuestra generosidad,
nuestra entrega al Señor y a los hermanos. Por ello, la única actitud
posible en estos días es la adoración rendida ante el Dios que se
despoja de su rango y se hace niño, como hacen los pastores y los Magos,
y la gratitud inmensa ante el amor inaudito de Dios, sin límites ni
tasas.
En este día de la Epifanía alabamos a
Dios que se hace el encontradizo con nosotros por medio de su Verbo y,
llenos de emoción, exclamamos con el profeta Isaías: “Qué hermosos son
sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que pregona
la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sion: Tu Dios es
Rey”.
En su nacimiento histórico Jesús se
manifestó primero al pueblo de Israel representado por José, María y los
pastores. Pero el Señor vino para toda la humanidad, representada por
los Magos de Oriente. Estos personajes originarios de culturas distintas
de la de Israel, simbolizan la voluntad salvífica universal de Dios en
la encarnación y el nacimiento de su Hijo. Por ello, la Epifanía,
manifestación de Dios a los pueblos gentiles, es nuestra fiesta. El
misterio revelado en primer término a los más íntimos y cercanos, se
abre a todos los hombres. Que en esta nueva Epifanía, agradezcamos al
Señor el don de la fe que recibimos el día de nuestro bautismo, la
auténtica y verdadera manifestación de Dios en nuestras vidas.
La Epifanía, junto con Pentecostés, es
la gran fiesta de la misión universal de la Iglesia, una fiesta de una
intensa tonalidad apostólica y misionera. La mejor manera de agradecer a
Dios su manifestación en Jesucristo y el regalo de la fe es renovar
nuestro compromiso misionero, de modo que la manifestación que comenzó
con la adoración de los Magos, siga extendiéndose al mundo entero con
nuestra colaboración, con nuestra palabra y con nuestro testimonio,
compartiendo con nuestros hijos, nietos, amigos, vecinos y compañeros de
trabajo la buena noticia del amor de Dios, ese amor incondicional,
gratuito y misericordioso que se nos ha manifestado en Jesucristo.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz día de Reyes.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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