«Abridme las puertas de la justicia».
Con esta invocación, que marcó la apertura de la Puerta santa de la basílica
vaticana, el Papa inauguró, el martes 8 de diciembre, el Jubileo extraordinario
de la misericordia. Un rito antiguo, rico de símbolos, caracterizado por la
imagen inédita de dos Pontífices, Francisco y su predecesor Benedicto XVI, que
atravesaron el umbral uno después del otro y tras intercambiar un afectuoso
abrazo en el atrio.
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Foto: www.abc.es |
Anteriormente, el Papa había celebrado
la misa de la solemnidad de la Inmaculada en presencia de más de cincuenta mil
fieles, que fueron llegando a la plaza de San Pedro desde la primeras horas de
una mañana brumosa. Todo se desarrolló ordenadamente, gracias también a un
imponente pero discreto sistema de seguridad.
En la homilía el Papa Francisco expresó
el deseo de que al «cruzar hoy la Puerta Santa nos comprometamos a hacer
nuestra la misericordia del Buen Samaritano». Y de ese modo recordó las
palabras de Pablo VI, pronunciadas hace cincuenta años en la conclusión del
Vaticano II, destacando así la estrecha relación que une la histórica asamblea
conciliar con este Año santo. Y cuando al mediodía el Pontífice se asomó desde
la ventana del palacio apostólico para la oración del Ángelus, volvió a poner
de relieve que «no se puede entender que un verdadero cristiano no sea
misericordioso, como no se puede entender a Dios sin su misericordia». En
efecto, comentó, «esa es la palabra-síntesis del Evangelio». Así, pues, pidió
que lo acompañasen con la oración en la peregrinación de la tarde a los dos
lugares símbolo de la devoción mariana en el centro de Roma: plaza de España,
para el tradicional homenaje a la Inmaculada, y la basílica de Santa María la
Mayor, para encomendar a la Salus populi romani «a la Iglesia
y a toda la humanidad». Y precisamente mientras que el Papa concluía por la
tarde su itinerario siguiendo las huellas de la Virgen, iniciaba en la plaza de
San Pedro la oración del rosario, que diariamente se recita durante todo el
Jubileo a los pies de la estatua del Príncipe de los apóstoles. Al término, la
sugestiva representación «Fiat lux: Illuminating our common home», durante la
cual, sobre la fachada y sobre la cúpula de la basílica, se proyectaron
imágenes inspiradas en la misericordia, la humanidad y la naturaleza.
Y la plaza volvió a ser meta de los
peregrinos también al día siguiente, cuando el Papa Francisco, durante la
habitual audiencia general del miércoles, habló una vez más del Jubileo, para
explicar los porqué de su decisión de convocar un Año santo de la misericordia.
Se trata, dijo al respecto, de «un momento privilegiado para que la Iglesia
aprenda a elegir únicamente “lo que a Dios más le gusta”». Y, se preguntó,
«¿qué es lo que “a Dios más le gusta”?». La respuesta es precisamente «perdonar
a sus hijos, tener misericordia con ellos, a fin de que ellos puedan a su vez
perdonar a los hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de
Dios en el mundo».