Hoy desearía detenerme en la cuestión del medio
ambiente. Me lo sugiere la Jornada mundial del medio ambiente, de hoy,
promovida por las Naciones Unidas, que lanza un fuerte llamamiento a la
necesidad de eliminar el desperdicio y la destrucción de alimentos.
Dios puso al hombre y a la mujer en la tierra para que
la cultivaran y la custodiaran. Benedicto XVI recordó varias veces que esta
tarea que nos ha encomendado Dios Creador requiere percibir el ritmo y la
lógica de la creación. Nosotros, en cambio, nos guiamos a menudo por la
soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la custodiamos,
no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar.
Estamos perdiendo la actitud del estupor, de la contemplación, de la escucha de
la creación; y así ya no logramos leer en ella lo que Benedicto XVI llama «el
ritmo de la historia de amor de Dios con el hombre». ¿Por qué sucede esto?
Porque pensamos y vivimos de manera horizontal, nos hemos alejado de Dios, ya
no leemos sus signos.
Pero cultivar y custodiar no comprende sólo la
relación entre nosotros y el medio ambiente; se refiere también a las
relaciones humanas. Los Papas han hablado de ecología humana, estrechamente
ligada a la ecología medioambiental. Estamos viviendo un momento de crisis; lo
vemos en el medio ambiente, pero sobre todo lo vemos en el hombre. La persona
humana está en peligro. Y el peligro es grave: no es sólo una cuestión de
economía, sino de ética y de antropología. La Iglesia lo ha subrayado varias
veces; y muchos dicen: Sí, es justo, es verdad... Pero el sistema sigue
como antes, pues lo que domina son las dinámicas de una economía y de unas
finanzas carentes de ética. Lo que manda hoy no es el hombre: es el dinero, el
dinero. Y la tarea de custodiar la tierra, Dios Nuestro Padre la ha dado no al
dinero, sino a nosotros, ¡nosotros tenemos este deber! En cambio, hombres y
mujeres son sacrificados a los ídolos del beneficio y del consumo: es la cultura
del descarte. Si se estropea un ordenador es una tragedia, pero la pobreza,
las necesidades, los dramas de tantas personas acaban por entrar en la
normalidad. Si una noche de invierno, aquí cerca, muere una persona, eso no es
noticia. Si en tantas partes del mundo hay niños que no tienen qué comer, eso
no es noticia, parece normal. ¡No puede ser así! Que algunas personas sin techo
mueran de frío en la calle no es noticia. Al contrario, una bajada de diez
puntos en las Bolsas de algunas ciudades constituye una tragedia. Así las
personas son descartadas, como si fueran residuos.
Esta cultura del descarte tiende a convertirse
en mentalidad común, que contagia a todos. La vida humana, la persona, ya no es
percibida como valor primario que hay que respetar y tutelar, especialmente si
es pobre o discapacitada, si no sirve todavía -como el nasciturus- o si ya no sirve
-como el anciano-. Esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles
también al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable
cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y
familias sufren hambre y malnutrición. En otro tiempo, nuestros abuelos
cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. El consumismo nos ha
inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de
alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más
allá de los meros parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento
que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene
hambre!
En la fiesta de Corpus Christi, leímos el
relato del milagro de los panes: Jesús da de comer a la multitud con cinco
panes y dos peces. Y la conclusión del pasaje es importante: «Comieron todos y
se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos» (Lc 9, 17).
Jesús pide a los discípulos que nada se pierda: ¡nada de descartar! Y está este
hecho de los doce cestos: ¿por qué doce? Doce es el número de las tribus de
Israel; representa simbólicamente a todo el pueblo. Y esto nos dice que, cuando
el alimento se comparte de modo equitativo, con solidaridad, nadie carece de lo
necesario.
De la Audiencia General (5-VI-2013)
Fuente: www.alfayomega.es
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