Virgen Inmaculada. Iglesia de San Roque, Arahal |
Con el dogma de la
Inmaculada Concepción la Iglesia católica afirma que María, por singular
privilegio de Dios y en vista de los méritos de la muerte de Cristo, fue
preservada de contraer la mancha del pecado original y vino a la existencia ya
del todo santa. Cuatro años después de la definición del dogma por el Papa Pío
IX, esta verdad fue confirmada por la Virgen misma en Lourdes en una de las apariciones
a Bernadette con las palabras: «Yo soy la Inmaculada Concepción».
La fiesta de la
Inmaculada recuerda a la humanidad que existe una sola cosa que contamina
verdaderamente al hombre, y es el pecado. Un mensaje cuánto más urgente que
proponer. El mundo ha perdido el sentido del pecado. Se bromea como si fuera lo
más inocente del mundo. Aliña con la idea de pecado sus productos y sus
espectáculos para hacerlos más atractivos. Se refiere al pecado, incluso a los
más graves, con diminutivos: pecadillo, viciosillo. La expresión «pecado
original» se utiliza en el lenguaje publicitario para indicar algo bien
distinto de la Biblia: ¡un pecado que da un toque de originalidad a quien lo
comete!
El mundo tiene miedo de
todo menos del pecado. Teme la contaminación atmosférica, las penosas
enfermedades del cuerpo, la guerra atómica, actualmente el terrorismo, pero no
le da miedo la guerra a Dios, que es el Eterno, el Omnipotente, el Amor,
mientras Jesús dice que no se tema a quienes matan el cuerpo, sino sólo a
quien, después haber matado, tiene el poder de arrojar a la gehenna (v. Lc 12,
4-5).
Esta situación
«ambiental» ejerce una tremenda influencia hasta en los creyentes, que sin
embargo quieren vivir según el Evangelio. Produce en ellos un adormecimiento de
la conciencia, una especie de anestesia espiritual. Existe una narcosis por
pecado. El pueblo cristiano ya no reconoce a su verdadero enemigo, el señor que
le mantiene esclavizado, sólo porque se trata de una dorada esclavitud. Muchos
que hablan de pecado tienen de él una idea completamente inadecuada. El pecado
se despersonaliza y se proyecta únicamente sobre las estructuras; se acaba por
identificar el pecado con la postura de los propios adversarios políticos o
ideológicos. Una investigación sobre qué piensa la gente que es el pecado
arrojaría resultados que probablemente nos aterrorizarían.
En lugar de librarse del
pecado, todo el empeño se concentra hoy en librarse del remordimiento del
pecado; en vez de luchar contra el pecado se lucha contra la idea de pecado,
sustituyéndola con aquella --bastante distinta-- del «sentimiento de culpa». Se
hace lo que en cualquier otro campo se considera lo peor de todo, o sea, negar
el problema en lugar de resolverlo, volver a echar y sepultar el mal en el
inconsciente en vez de extraerlo. Como quien cree que elimina la muerte
suprimiendo el pensamiento sobre la muerte, o como el que se preocupa de bajar
la fiebre sin curar la enfermedad, de la que aquella es sólo un providencial
síntoma. San Juan decía que si afirmamos estar sin pecado, nos engañamos a
nosotros mismos y hacemos de Dios un mentiroso (v. 1 Jn 1, 8-10); Dios, de
hecho, dice lo contrario: que hemos pecado. La Escritura dice que Cristo «murió
por nuestros pecados» (1 Co 15, 3). Suprime el pecado y has hecho vana la
propia redención de Cristo, has destruido el significado de su muerte. Cristo
habría luchado contra simples molinos de viento, habría derramado su sangre por
nada.
Pero el dogma de la
Inmaculada nos dice también algo sumamente positivo: que Dios es más fuerte que
el pecado y que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (v. Rm 5, 20).
María es la señal y la garantía de esto. La Iglesia entera, detrás de Ella,
está llamada a ser «resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa
parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 27). Un texto del Concilio
Vaticano II dice: «Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la
perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio,
aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso
levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los
elegidos, como modelo de virtudes» [Lumen gentium, n. 65].
ROMA, jueves, 6
diciembre 2007
Comentarios del padre Raniero
Cantalamessa, OFM Cap. -predicador de la Casa Pontificia- a la Solemnidad de la
Inmaculada Concepción
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