Queridos hermanos y hermanas:
En el marco precioso de la Navidad celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia. Comienzo mi carta semanal saludando a los Delegados diocesanos, a los sacerdotes y laicos comprometidos en la Pastoral Familiar en los Centros de Orientación Familiar y en las parroquias. Os manifiesto mi afecto fraterno, mi aprecio y gratitud por la hermosa tarea que realizáis, tan urgente y necesaria en esta hora de la Iglesia y del mundo.
En el marco precioso de la Navidad celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia. Comienzo mi carta semanal saludando a los Delegados diocesanos, a los sacerdotes y laicos comprometidos en la Pastoral Familiar en los Centros de Orientación Familiar y en las parroquias. Os manifiesto mi afecto fraterno, mi aprecio y gratitud por la hermosa tarea que realizáis, tan urgente y necesaria en esta hora de la Iglesia y del mundo.
Pocos flancos de la pastoral de la Iglesia son tan urgentes y fecundos como la pastoral de la familia y de la vida, un campo verdaderamente apasionante y en el que hay tanto por hacer. A todos os invito a fortalecer la comunión en los planos doctrinal y pastoral. Es de capital importancia que todos los que servimos en este sector tan esencial en la vida y en la acción de la Iglesia trabajemos unidos, naveguemos en la misma barca, remando con el mismo ritmo, con la misma intensidad y en la misma dirección. Lo contrario sólo conduce a la ineficacia y a la esterilidad, en un campo verdaderamente importante en la vida de la Iglesia y en el que no podemos derrochar energías inútilmente.
No es el momento de hacer un análisis sobre la situación de la familia en el mundo occidental y en España, que ciertamente está sumida en una profunda crisis. Sí quisiera subrayar el altísimo valor social y eclesial que encierra la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer y en el amor conyugal, santificado por la gracia del sacramento y abierto a la transmisión de la vida. Las palabras de la Constitución Gaudium et Spes, a pesar de sus cincuenta años largos de vigencia, no han perdido un ápice de actualidad: “La salud integral de la persona, de la sociedad y de la comunidad cristiana está estrechamente ligada a la salud integral de la comunidad conyugal y familiar” (GS 48). Esta afirmación del Concilio Vaticano fue reformulada por Juan Pablo II con estas palabras: “El futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia”. Otro tanto nos ha dicho en esos años cientos de veces el papa Francisco, que bien recientemente nos ha recordado la afirmación de GS “la familia es la escuela del más rico humanismo”.
En los últimos años se ha repetido hasta la saciedad que esta “es la hora de la familia”.Efectivamente, es la hora de establecer una pastoral familiar orgánica desde las parroquias; de acompañar a los matrimonios para que vivan gozosamente su fidelidad, la espiritualidad que les es propia y entiendan el matrimonio como una auténtica vocación dentro de la Iglesia y un camino específico de santificación; de acompañar a los novios para que se preparen con seriedad para el matrimonio y asuman plenamente el proyecto de Dios en sus vidas; de ayudar a esposos y novios a que descubran la dimensión más profunda y auténtica de la sexualidad según el plan de Dios; de ayudar a los matrimonios y a las familias con problemas o en situaciones difíciles; de reclamar a los poderes públicos una mayor atención y ayuda a la familia en todos los sentidos, económico, educativo y cultural; y de ayudar a los matrimonios para que sean los primeros transmisores y comunicadores de la fe a sus hijos, conscientes de que la familia es la primera célula de la Iglesia, la Iglesia doméstica
Es este un tema de capital importancia en el marco de la nueva evangelización. Los padres, en efecto, son los primeros educadores y evangelizadores de los hijos. Nadie puede suplantarles ni privarles de este sagrado derecho, que están llamados a ejercer en primera persona. Ellos deben ser los primeros responsables del anuncio del Evangelio a sus hijos, a través de la palabra y de su testimonio de vida. En la iniciación cristiana de sus hijos en el hogar es cuando los padres cristianos “llegan a ser plenamente padres, es decir, engendradores no sólo de vida corporal, sino también de aquella que, mediante la renovación del Espíritu brota de la Cruz y Resurrección de Cristo”, como escribiera Juan Pablo II en Familiaris consortio (n. 9)
Es un hecho constatable que, entre nosotros, desde hace décadas, se ha interrumpido la transmisión de la fe en la familia. Muchos padres han dimitido de la obligación primordial de ayudar a sus hijos a conocer al Señor, iniciarles en la oración y los hábitos de piedad, en la devoción a la Virgen, el descubrimiento del prójimo y la experiencia de la generosidad. Es una consecuencia fatal de la secularización de nuestra sociedad, en la que valores religiosos representan bien poco. Es urgente, pues, que la pastoral familiar ayude a los padres a redescubrir su misión como primeros evangelizadores de sus hijos, para lo que cuentan con la gracia del sacramento.
Para todas las familias de la Archidiócesis, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina. Arzobispo de Sevilla
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