Queridos hermanos y hermanas:
Algunos habéis
comenzado ya el descanso estival. Otros lo haréis en agosto. Es muy probable
que en las últimas semanas hayáis dado muchas vueltas al cómo y dónde de
vuestras vacaciones. Seguramente habéis consultado a agencias turísticas
itinerarios, alojamientos, precios y otras circunstancias. Pensar en ello es
importante, pero lo es mucho más pensar qué vamos a hacer, cómo vamos a
distribuir nuestro tiempo y qué frutos queremos sacar de estos días de
descanso. Me vais a permitir que reflexione con vosotros sobre algunos aspectos
en los que tal vez no habéis reparado.
No faltan quienes
planifican unas vacaciones frenéticas y agotadoras, experimentando las mismas
prisas, los mismos ruidos y parecidas tensiones a las que nos acucian a lo
largo del año. De esta forma, retornan a sus ocupaciones habituales más
cansados que cuando marcharon. Para descansar y reponer fuerzas, para comenzar
un nuevo curso escolar, pastoral o laboral, necesitamos alejarnos de las
ocupaciones ordinarias e, incluso, de los lugares de nuestra residencia
habitual o trabajo. Para un cristiano, sin embargo, las vacaciones no deben ser
un tiempo perdido, ni un paréntesis en nuestro camino de maduración humana y
sobrenatural. Son más bien un período necesario para el reposo físico, psicológico
y espiritual y un derecho que todos deberíamos poder disfrutar. Las vacaciones
nos ofrecen la oportunidad de crecer, de formarnos, de reconstruirnos por
dentro, de recuperar la serenidad y la paz que nos roban las prisas acuciantes
de la vida ordinaria.
Las vacaciones no
pueden ser una pura evasión, ni una dimisión de los sanos criterios morales o
una huida de uno mismo o del servicio a nuestros hermanos. Cada año son más,
gracias a Dios, los jóvenes, y también algunos adultos que aprovechan las
vacaciones para hacer una experiencia de servicio a los más pobres en el Tercer
Mundo o incluso una experiencia misionera. Conozco jóvenes que marcharán a
Calcuta este verano para colaborar con las religiosas de la Madre Teresa en el
servicio a los pobres. Otros muchos jóvenes participarán como monitores
en colonias con niños de nuestra Archidiócesis, modos todos ellos magníficos de
vivir unas vacaciones provechosas y enriquecedoras en el apostolado o en el
servicio fraterno.
Las vacaciones
tampoco pueden ser un abandono de nuestras obligaciones religiosas, una
hibernación de nuestras relaciones con Dios o una huida de Aquél en el
que encontramos el verdadero y auténtico descanso. Ello quiere decir que en
nuestra relación con Dios no puede haber vacaciones. Todo lo contrario. Al
disponer de más tiempo libre, hemos de buscar espacios para la interioridad, el
silencio, la reflexión, la oración y el trato sereno, largo y relajado con el
Señor. Por ello, son de alabar aquellos cristianos que aprovechan las vacaciones
para hacer Ejercicios Espirituales, o al menos unos días de retiro en la
hospedería de un monasterio, o peregrinan a un santuario buscando el silencio y
el rumor de Dios que sólo habla en el silencio y al que podemos encontrar
también contemplando las maravillas de la naturaleza. El mar, la montaña, los
ríos, el amanecer y la puesta del sol, las noches estrelladas, los
animales y las plantas, nos hablan de Dios y pregonan las obras de sus
manos (Sal 18,1-7).
Otro modo de
aprovechar bien las vacaciones es la lectura reposada, que ofrece un grato
descanso a nuestra mente y, al mismo tiempo, es semilla fecunda de
criterios sanos y positivos, tanto desde una perspectiva cultural, como desde
la perspectiva de nuestra formación cristiana. Las vacaciones son, por fin,
días para el encuentro y la convivencia, para la charla apacible, para
compartir la mesa, gozar de la amistad y robustecer las relaciones familiares
que, a veces, durante el año, resultan escasas o insuficientes como
consecuencia del trabajo y de las obligaciones de cada día.
No quiero terminar sin tener un recuerdo
especial, lleno de afecto solidario, hacia quienes no tendréis vacaciones,
impedidos por la edad, la enfermedad o las dificultades económicas generadas
por la crisis económica. Que encontréis en el Señor vuestro reposo y podáis
escuchar de sus labios estas palabras tan confortadoras: “Venid a Mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt
11,28).
A todos los demás, os deseo unas
felices, fecundas y cristianas vacaciones. Como en el caso de los discípulos de
Emaús, el Señor nos acompañará siempre en nuestro camino (Lc 24,13-15). Dios
quiera que también nosotros lo descubramos en la Eucaristía, en la que muy bien
podríamos participar diariamente en estos días de descanso. Que lo descubramos
también a nuestro lado en la playa, en la montaña o en nuestros lugares de
origen, a los que muchos retornaremos a la búsqueda de nuestras raíces. Que
Dios os bendiga, os proteja, os guarde y os custodie en su amor. Ojala todos
volvamos con más ganas de trabajar y de ser mejores.
Para todos, mi
saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo
Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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