Queridos hermanos y hermanas:
El día 1 de enero, celebrábamos la solemnidad de Santa María Madre
de Dios, iniciando así el año nuevo de la mano de la Virgen. A ella, la Virgen
fiel, que hace posible el nacimiento del Señor, le pido para todos los fieles
de la Archidiócesis que el año 2015 sea verdaderamente un año de gracia, un año
de fidelidad y de mucha fecundidad espiritual. Con palabras de la primera
lectura de la Eucaristía de dicha fiesta, os deseo a todos que en el nuevo año,
"el Señor os bendiga y os proteja, ilumine su rostro sobre vosotros y os
conceda su favor; [que] el Señor se fije en vosotros y os conceda la paz".
La adoración de los Reyes Magos. Peter Paul Rubens |
El próximo martes celebraremos la solemnidad de la
Epifanía del Señor. Epifanía significa manifestación de Dios. En la Historia de
la Salvación, Dios se ha ido manifestando paulatinamente. Al principio, a
través de signos materiales, la zarza, el arca, el templo… Después, por medio
de los profetas. Con el nacimiento de Jesús, comienza la etapa definitiva de
la manifestación plena de Dios a la humanidad. Desde entonces nos habla, se
nos hace cercano y accesible no a través de intermediarios, sino por medio de
su Hijo, igual a Él en esencia y dignidad, reflejo de su gloria e impronta de
su ser. Él es su Verbo, el origen y causa de todo lo que existe, la vida y la
luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Él es la
Palabra eterna del Padre que en la Nochebuena se hace carne y planta su tienda
entre nosotros.
A lo largo de estos días de Navidad nos hemos acercado
con admiración y piedad infinitas a la cueva de Belén para contemplar al Niño
en el pesebre. Y hemos comprobado que el Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre
verdadero, con nombre y apellidos, con una genealogía, con un lugar de
nacimiento y con una familia tan sencilla como extraordinaria. El que no tenía
carne, el que era todo simplicidad, el que era puro espíritu inmaterial, asume
nuestra carne. Se despoja de su rango y toma la condición de esclavo pasando
por uno de tantos. Deja el seno cálido del Padre y emprende el duro camino de
los hombres. Se hace, como escribe San Juan de Ávila, romero y peregrino. Vive
en la intemperie y el desierto. No pasa de puntillas junto a nosotros. Asume
nuestra naturaleza con todas sus consecuencias, excepto el pecado, sin rehusar
la debilidad y la fragilidad del ser humano. Sudará, sentirá el
cansancio, la fatiga y la tristeza. Necesitará comer y descansar. Experimentará
el dolor y la pobreza, hasta el punto de no tener donde reclinar su cabeza.
Por amor a los hombres, se hace el encontradizo con
nosotros y rompe los cálculos de una ley de mínimos, hasta dejarse crucificar.
Por ello, la única actitud posible en estos días es la adoración rendida
ante el Dios que se despoja de su rango y se hace niño, como hacen los pastores
y los Magos, y la gratitud inmensa ante el amor inaudito de Dios, sin límites
ni tasas, que hace exclamar a san Juan “Tanto amó Dios al mundo, que le envío a
su Hijo Unigénito para que los hombres tengan vida eterna”.
En su nacimiento histórico hace 2000 años, Jesús se
manifestó primero al pueblo de Israel representado por José, María y los
pastores. Pero el Señor vino para toda la humanidad, representada por los tres
Magos de Oriente. Estos personajes misteriosos, originarios de culturas distintas
de la de Israel, simbolizan la voluntad salvífica universal de Dios en la
encarnación y el nacimiento de su Hijo. Por ello, la Epifanía, manifestación de
Dios a los pueblos gentiles, es nuestra fiesta. En las personas de los Reyes
Magos está prefigurada la humanidad entera. El misterio revelado en primer
término a los más íntimos y cercanos, se abre también a nosotros y a todos los
hombres.
Que en estos días de Epifanía, al mismo tiempo que
seguimos contemplando el misterio del Dios hecho niño, le agradezcamos con
emoción el don de la fe que recibimos el día de nuestro bautismo, la auténtica
y verdadera manifestación de Dios en nuestras vidas; y que tratemos de hacerla
cada día más viva y operante de modo que penetre en todas las entretelas
de nuestra alma, de nuestra vida personal, de nuestra vida familiar, de
nuestros empeños y proyectos.
La Epifanía, junto con Pentecostés, es la gran fiesta
de la misión universal de la Iglesia, una fiesta de una intensa tonalidad
apostólica y misionera. La mejor manera de agradecer a Dios su manifestación en
Jesucristo y el regalo de la fe es renovar nuestro compromiso misionero, de
modo que la manifestación que comenzó con la adoración de los Magos, siga
extendiéndose al mundo entero con nuestra colaboración, con nuestra oración,
nuestra palabra y nuestro testimonio.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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