Queridos hermanos y
hermanas:
Dirijo esta carta semanal muy especialmente a los miembros de las
Hermandades de la Archidiócesis, a los que manifiesto mi aprecio y afecto, con
la conciencia de que estas instituciones brindan a los pastores de la Iglesia
un ingente potencial religioso y evangelizador, pues son para muchos de sus
miembros, lo mismo que la Iglesia, sacramento de Jesucristo, es decir, camino,
medio e instrumento para el encuentro con Dios.
En este sentido,
suscribo de corazón la afirmación del Papa Francisco en su encuentro con las
Hermandades de todo el mundo el pasado 5 de mayo: en las Hermandades tiene la
Iglesia un tesoro
porque son un espacio de “encuentro
con Jesucristo”.
Evocando mis encuentros
con las Hermandades en sus cultos o en mi casa, quiero subrayar una vez más a
los Hermanos Mayores, Juntas de Gobierno y Directores Espirituales, la esencial
dimensión religiosa de estas corporaciones. En el comienzo del curso pastoral,
quiero pedirles también que custodien con mimo sus mejores esencias, entre
ellas la comunión con la Archidiócesis y la parroquia. Les pido además que
mantengan con claridad y sin equívocos su clara identidad religiosa y que no
consientan que la dimensión social o cultural, de suyo relativa y secundaria,
prevalezca sobre lo que debe constituir el corazón de estas instituciones, que
son, ante todo, asociaciones públicas de fieles con una finalidad muy clara, el
culto, la santificación de sus miembros, el apostolado y el ejercicio de las
obras de caridad. Os recuerdo la frase feliz del Papa Benedicto XVI en su
encuentro con las Hermandades de Italia en el año 2006: “Las Hermandades son escuelas de vida
cristiana y talleres de santidad”.
Defender todo esto es
servir a la verdad más auténtica y profunda de las Hermandades, mientras que
permitir que estos valores se desvirtúen, es abrir la compuerta a la
secularización interna, un mal fatal que todos hemos de tratar de conjurar. De
poco servirían, queridos cofrades, vuestros cultos esplendorosos y la belleza
de vuestras procesiones, si en vuestra vida asociativa la primera preocupación
no es vuestra santificación, el amor a Jesucristo y a su santa Iglesia, la
comunión fraterna, la unidad en el seno de la Hermandad y la comunión con los
pobres. Estaríamos ante un enorme tinglado de cartón piedra, detrás del cual
sólo existe el vacío.
Quiero insistir
especialmente en esta carta en la importancia de la formación cofrade. Sólo se
ama aquello que bien se conoce. Sólo podremos vivir con hondura nuestra
vocación cristiana si conocemos el misterio y la persona de Jesucristo y las
verdades capitales de la fe y de la moral cristianas. Os recuerdo el texto bien
conocido del apóstol San Pedro, en el que pide a los cristianos, que viven en
un mundo pagano y hostil, que "estén
siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que se la
pidiere" (1 Ped 3,15). El mundo de hoy guarda muchas analogías
con aquel al que debieron enfrentarse los primeros evangelizadores. En esta
coyuntura se hace más necesaria que nunca la formación doctrinal sólida en las
verdades de la fe. Con ella, junto con una intensa vida de oración y un
esfuerzo sincero por ser santos, seremos capaces de vivir nuestra condición y
misión de católicos en un mundo cada vez más refractario al Evangelio. Para dar
razón de nuestra esperanza, necesitamos primero conocerla y estar convencidos
de ella. Ciertamente la fe es un don gratuito que hemos recibido de Dios, pero
esto no significa que haya de ser irracional y ciega. Debe ser una fe ilustrada
y formada.
Desde hace décadas la
cultura europea se está deslizando hacia una especie de apostasía silenciosa
por parte del hombre autosuficiente, que vive como si Dios no existiera. Por
ello, la Iglesia, hoy más que nunca, tiene el deber de anunciar al mundo que
Jesucristo es su esperanza. En esta tarea, el apostolado de los laicos es
insustituible. Su testimonio de fe es particularmente elocuente y eficaz,
porque se da en la realidad diaria y en los ámbitos a los que un sacerdote no
puede acceder o accede con dificultad. Un caso típico es la política, el mundo
de la economía y del trabajo y la entera vida pública (CFL 42), ámbitos en los
que los laicos deben dar un testimonio valiente de los valores cristianos.
En las manos de los
responsables de las Hermandades y Cofradías de la Archidiócesis y, muy
especialmente de los Hermanos Mayores, Directores espirituales y
Diputados de formación está aprovechar los muchos subsidios con que hoy
contamos, especialmente el Itinerario de Formación Cristiana para Adultos, que ha
publicado la Conferencia Episcopal Española. A ellos les incumbe organizar
encuentros periódicos, charlas, conferencias o círculos de estudio para
profundizar en los misterios de nuestra fe.
A todos os deseo un
curso cofrade verdaderamente fecundo y santificador. Para vosotros y vuestras
familias, y para mis lectores de cada domingo, mi saludo fraterno y mi
bendición.
A través del siguiente enlace pueden acceder para consultar las cartas pastorales emitidas por nuestro Señor Arzobispo don Juan José Asenjo Pelegrina:
+ Juan José Asenjo
Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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