Queridos hermanos y hermanas:
Como no podía ser de otra forma, he de referirme en esta semana al extraordinario acontecimiento eclesial que hemos vivido en Madrid, las Jornadas Mundiales de la Juventud. En él hemos participado los dos Obispos, un grupo nutrido de sacerdotes y seminaristas y mil jóvenes vinculados a la Delegación Diocesana de Pastoral Juvenil, a la que felicito por el extraordinario esfuerzo realizado para servir a los jóvenes y para que nuestra Archidiócesis estuviera representada en el encuentro con el Papa. Ha habido además otros grupos de sevillanos hasta una cifra que seguramente llega a los veinte mil. Menciono con gratitud a los colegios de religiosos, a los centros vinculados al Opus Dei, a las Hermandades y Cofradías y al Camino Neocatecumenal, que junto con los jóvenes de la familia salesiana quisieron unirse a nosotros en la catequesis y en la Eucaristía el viernes 19 de agosto, en un gesto de comunión con la Iglesia diocesana que el Arzobispo valora como se merece.
Hace algunos meses, un sacerdote me manifestaba los interrogantes que, a su juicio, se cernían sobre las JMJ, que él veía ligadas a la figura grande del siempre querido y recordado Juan Pablo II. ¿Acudirán los jóvenes?, ¿será capaz Benedicto XVI, un Papa intelectual, de conectar con ellos con la frescura, la simpatía y la espontaneidad de su antecesor? Estas preguntas han quedado cumplidamente respondidas con los hechos. El sentido de la fe, que es también patrimonio de los jóvenes, les ha ayudado percibir que por encima de las personas concretas, el Papa es el Vicario de Jesucristo, puesto por el Espíritu Santo para regir, santificar y confirmar a sus hermanos. Por ello, desde el primer momento se ha establecido entre los jóvenes y Benedicto XVI una comunión profunda nacida de la fe y acrecentada por la sencillez, la humildad, la alegría y la autenticidad del Papa en sus gestos y en el mensaje hermosísimo que ha sembrado en Cibeles y en el campo ancho y dilatado de Cuatro Vientos.
Más allá de las anécdotas, la tormenta de la noche del día 20, las caminatas y el cansancio, el hecho es que dos millones de jóvenes han acudido a Madrid a rezar con el Papa, a confesar públicamente su fe en Cristo, a estrechar sus vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro, con los pastores de la Iglesia (éramos 970 obispos y más de 14.000 sacerdotes) y con una muchedumbre inmensa de jóvenes de todo el mundo. Personalmente me ha impresionado mucho su alegría honda, desbordante y compartida, su calidad humana y cristiana, sin un incidente, sin una queja ante las dificultades o incomodidades. Me ha impresionado mucho también el clima intensa y serenamente religioso, el silencio impresionante de la adoración eucarística de la noche del día 20, el ambiente de paz, de fraternidad y familia, que hacía que los jóvenes se sintieran como hermanos, aunque no se conocieran. En la emoción de sus rostros y en el calor de sus corazones he querido percibir también su sereno orgullo y su gratitud grande al Señor por pertenecer a esta familia magnífica que es la Iglesia.
A lo largo de estos días de gracia, he recordado más de una vez las palabras pronunciadas por Benedicto XVI en la Misa de inauguración de su ministerio: "la Iglesia está viva y la Iglesia es joven". En los miles y miles de jóvenes de los cinco continentes, valientes y generosos, unidos por la misma fe, he percibido la verdad de estas palabras. Para nosotros Obispos, para los sacerdotes y para cuantos trabajamos en esta pastoral tan necesaria, Madrid 2011 es fuente viva de esperanza y acicate firme para seguir anunciando a Jesucristo a los jóvenes sin desfallecimientos, en una pastoral recia que va a las raíces de la vida cristiana. Dios quiera que la llamarada inmensa, que el Espíritu Santo ha encendido en este nuevo Pentecostés, no se apague. De nosotros depende alimentar ese fulgor con una pastoral juvenil renovada, que acompaña a los jóvenes en su vida de fe; una pastoral juvenil misionera, que sale a las afueras de la Iglesia para buscar a esa otra juventud sin norte y sin esperanza.
El mensaje del Papa a los jóvenes, muy pegado al lema de las JMJ, se ha articulado en torno a tres aspectos básicos: el encuentro personal de los jóvenes con el Señor, que transforma la vida y le da un nuevo sentido y una renovada esperanza; el amor a la Iglesia, que nos ha engendrado en la fe y nos ayuda a crecer en la amistad con Cristo desde la inserción en las parroquias, comunidades y movimientos; y la necesidad del testimonio y la comunicación de la alegría de la fe, siendo discípulos y misioneros en los propios ambientes ante quienes “se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios”. Todo un programa para nuestra pastoral juvenil.
Con una inmensa gratitud al Señor por todo lo que hemos vivido en estos días, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.
Como no podía ser de otra forma, he de referirme en esta semana al extraordinario acontecimiento eclesial que hemos vivido en Madrid, las Jornadas Mundiales de la Juventud. En él hemos participado los dos Obispos, un grupo nutrido de sacerdotes y seminaristas y mil jóvenes vinculados a la Delegación Diocesana de Pastoral Juvenil, a la que felicito por el extraordinario esfuerzo realizado para servir a los jóvenes y para que nuestra Archidiócesis estuviera representada en el encuentro con el Papa. Ha habido además otros grupos de sevillanos hasta una cifra que seguramente llega a los veinte mil. Menciono con gratitud a los colegios de religiosos, a los centros vinculados al Opus Dei, a las Hermandades y Cofradías y al Camino Neocatecumenal, que junto con los jóvenes de la familia salesiana quisieron unirse a nosotros en la catequesis y en la Eucaristía el viernes 19 de agosto, en un gesto de comunión con la Iglesia diocesana que el Arzobispo valora como se merece.
Hace algunos meses, un sacerdote me manifestaba los interrogantes que, a su juicio, se cernían sobre las JMJ, que él veía ligadas a la figura grande del siempre querido y recordado Juan Pablo II. ¿Acudirán los jóvenes?, ¿será capaz Benedicto XVI, un Papa intelectual, de conectar con ellos con la frescura, la simpatía y la espontaneidad de su antecesor? Estas preguntas han quedado cumplidamente respondidas con los hechos. El sentido de la fe, que es también patrimonio de los jóvenes, les ha ayudado percibir que por encima de las personas concretas, el Papa es el Vicario de Jesucristo, puesto por el Espíritu Santo para regir, santificar y confirmar a sus hermanos. Por ello, desde el primer momento se ha establecido entre los jóvenes y Benedicto XVI una comunión profunda nacida de la fe y acrecentada por la sencillez, la humildad, la alegría y la autenticidad del Papa en sus gestos y en el mensaje hermosísimo que ha sembrado en Cibeles y en el campo ancho y dilatado de Cuatro Vientos.
Más allá de las anécdotas, la tormenta de la noche del día 20, las caminatas y el cansancio, el hecho es que dos millones de jóvenes han acudido a Madrid a rezar con el Papa, a confesar públicamente su fe en Cristo, a estrechar sus vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro, con los pastores de la Iglesia (éramos 970 obispos y más de 14.000 sacerdotes) y con una muchedumbre inmensa de jóvenes de todo el mundo. Personalmente me ha impresionado mucho su alegría honda, desbordante y compartida, su calidad humana y cristiana, sin un incidente, sin una queja ante las dificultades o incomodidades. Me ha impresionado mucho también el clima intensa y serenamente religioso, el silencio impresionante de la adoración eucarística de la noche del día 20, el ambiente de paz, de fraternidad y familia, que hacía que los jóvenes se sintieran como hermanos, aunque no se conocieran. En la emoción de sus rostros y en el calor de sus corazones he querido percibir también su sereno orgullo y su gratitud grande al Señor por pertenecer a esta familia magnífica que es la Iglesia.
A lo largo de estos días de gracia, he recordado más de una vez las palabras pronunciadas por Benedicto XVI en la Misa de inauguración de su ministerio: "la Iglesia está viva y la Iglesia es joven". En los miles y miles de jóvenes de los cinco continentes, valientes y generosos, unidos por la misma fe, he percibido la verdad de estas palabras. Para nosotros Obispos, para los sacerdotes y para cuantos trabajamos en esta pastoral tan necesaria, Madrid 2011 es fuente viva de esperanza y acicate firme para seguir anunciando a Jesucristo a los jóvenes sin desfallecimientos, en una pastoral recia que va a las raíces de la vida cristiana. Dios quiera que la llamarada inmensa, que el Espíritu Santo ha encendido en este nuevo Pentecostés, no se apague. De nosotros depende alimentar ese fulgor con una pastoral juvenil renovada, que acompaña a los jóvenes en su vida de fe; una pastoral juvenil misionera, que sale a las afueras de la Iglesia para buscar a esa otra juventud sin norte y sin esperanza.
El mensaje del Papa a los jóvenes, muy pegado al lema de las JMJ, se ha articulado en torno a tres aspectos básicos: el encuentro personal de los jóvenes con el Señor, que transforma la vida y le da un nuevo sentido y una renovada esperanza; el amor a la Iglesia, que nos ha engendrado en la fe y nos ayuda a crecer en la amistad con Cristo desde la inserción en las parroquias, comunidades y movimientos; y la necesidad del testimonio y la comunicación de la alegría de la fe, siendo discípulos y misioneros en los propios ambientes ante quienes “se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios”. Todo un programa para nuestra pastoral juvenil.
Con una inmensa gratitud al Señor por todo lo que hemos vivido en estos días, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Arzobispo de Sevilla
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