El pasado fin de semana se
publicó en el semanario diocesano Iglesia en Sevilla un texto inédito de Madre María de la
Purísima, coincidiendo con su canonización la mañana del 18 de octubre en la
Plaza de San Pedro del Vaticano. El texto lo escribió en agosto de 1981, quince
meses antes de que San Juan Pablo II beatificara a sor Ángela de la Cruz en el
curso de su primera visita a Sevilla. Un tiempo sin duda de espera, de
preparativos en la casa general de la Compañía de la Cruz, que la madre general
aprovechó para dejarnos unos consejos de nuestro “paso por la tierra”, y
afirmar que “la santidad grande está en cumplir los deberes pequeños de cada
instante”.
Oigamos al Señor
que nos dice: “Quien es fiel en lo poco también lo es en lo mucho”.
La perseverancia es
gracia venida de Dios, es algo que he de pedir y esperar de su misericordia;
pero como en todas las gracias, existe el ejercicio de nuestra libertad:
nuestra correspondencia.
En nuestro paso por
la tierra, camino hacia el cielo, podemos perseverar siempre porque Cristo nos
ha ganado las gracias necesarias para perseverar.
Cristo se ha hecho
Camino ¿podemos perder la esperanza de llegar? Camina, camina segura con
Cristo, no mires atrás, no te detengas, no te apartes de El, no caigas en el
camino, no tropieces. Con tal que cuides esto, habrás llegado.
Camino que no lo
puede corroer la lluvia, ni asaltar los ladrones. En él encontraremos
serios obstáculos. Es verdad que Cristo es nuestro camino y compañero, pero
llevamos dentro de nosotras mismas unos enemigos que atacan nuestra
perseverancia, sobre todo:
1.- El amor propio desordenado que exige para nosotros lo que sólo
debe ser para Dios.
2.- La soberbia que crece, cuando después del fracaso y de la
derrota, no ve la mano bienhechora del Señor; se cree perdida y comienza la
imaginación a poner obstáculos que no son realidad, sumergiendo al alma en la
penumbra y oscuridad, se hunde en un tortuoso calvario, pero allí no está el
Señor, porque donde está El, el alma se goza y tiene paz.
Hemos de mirar las
caídas con humildad levantarnos con presteza para seguir caminando. Tenemos que
contar con el fracaso, pero no podemos admitir la oscuridad que da la soberbia
en él.
No podemos
engañamos creyéndonos que todo va a ser fácil, las mayores dificultades las
tenemos dentro de nosotros, son esos monstruos que tenemos dormidos, pero que
se despiertan, son capaces de hacer en nosotros los mayores estragos.
Por eso, para
perseverar, hemos de colocarnos en la humildad, para ver nuestra nada y
apoyarnos en la fortaleza de Dios. Ver nuestros fracasos y caídas, aceptarlos
con paz, de este modo no nos separarán del camino.
3.- La lucha en las cosas pequeñas que a veces descuidamos. Hemos de convencernos que el mayor
enemigo de la roca no es el pico o el hacha, sino esa agua menuda que va
calando gota a gota y se mete entre las peñas hasta arruinar su estructura.
El peligro más
fuerte para todas las alma es esquivar, despreciar la pelea en las cosas
pequeñas que la hacen quebradiza, insensible a la voz de Dios. Por eso hemos de
recordar las palabras del Señor: “Quien es fiel en lo poco es fiel en lo
mucho”.
Lo poco es lo
cotidiano, lo diario. El Señor nos recuerda: dedica sin regateo el tiempo
necesario a la oración, sonríe a quien lo necesite, aunque tengas el alma
dolorida, lucha en cada instante, vive con fidelidad el cumplimiento del deber,
acude a quien te busque, practica la justicia y amplíala con la caridad.
Son estas y otras
nociones las que sentimos como aviso silencioso que nos llevan a encontrar el
camino.
La vida interior
está hecha de muchos actos pequeños de amor en los que podemos ser fieles:
espíritu de mortificación, puntualidad en el trabajo, amabilidad en el trato,
orden y cuidado en los instrumentos de trabajo, saber dar las gracias, no
criticar, no ser susceptible, pedir por quien lo necesite. Así se puede
manifestar la caridad; cosas pequeñas que están al alcance de todos.
La santidad grande
está en cumplir los deberes pequeños de cada instante. Pocas cosas grandes
tenemos para poder ofrecer al Señor.
Para ser fiel en
estas cosas pequeñas se necesita mucho amor de Dios. El descuido habitual de lo
pequeño, nos acerca a la tentación grande, a la tibieza, que nos hace
insensibles a las insinuaciones del Espíritu Santo.
De la falta de
lucha en los pecados veniales e imperfecciones, nace un verdadero abandono que
nos va predisponiendo para faltas cada vez mayores.
La costumbre llega
a conseguir que no se aprecie el pecado; lo que se endurece pierde la
sensibilidad. Lo que está en putrefacción no nos duele porque está muerto.
Cuando nos pinchan en parte sana, nos duele; entonces hay posibilidad de curar.
Pero si ya está en putrefacción, no.
Ser fiel al momento
que el Señor nos presenta, a lo pequeño, es la prueba que pone al discípulo en
disposición para recibir lo grande: El Reino de Dios.
Ser fiel en lo
pequeño es la mejor garantía de la perseverancia; la entrega se hace día a día,
hora a hora, minuto a minuto.
4.- El decaimiento, desaliento ante la propia ruindad, es otro
enemigo de la perseverancia.
Al comprobar que
caemos a pesar de nuestros deseos de mantenemos firmes, es entonces el momento
de acudir al Señor apoyándonos y abandonándonos totalmente en sus manos
sabiéndote partícipe de la vida divina, podemos amar a Dios Padre, a Dios Hijo
y a Dios Espíritu Santo.
No existe razón
jamás para volver la vista atrás. El Señor está a nuestro lado. Hemos de ser
fieles, leales, comprender a los demás, encontrar en Cristo nuestro estímulo y
superar nuestros propios errores; así todo ese decaimiento será también soporte
para el reino de Dios.
Veamos nuestras
debilidades pero con entusiasmo, alegría y convencimiento de que el Señor es
Roca. El sentirnos parte de la Iglesia, alimentados por la acción del Espíritu
Santo nos animará a sembrar cada día un poco y, la cosecha desbordará los
graneros.
No olvidemos que
nuestra vida interior necesita contrariedades y obstáculos para llegar a la
meta. Así el alma se hace más humilde. Lo más importante para luchar es
perseverar en detalles pequeños. Que la Cruz nos ilumine para percibirlo, que
nos ayude a pelear, que no nos abandone a la hora de la caída para así
levantarnos.
El Señor nos pide
un batallar cada vez más profundo y amplio. En esta competición tenemos la
obligación de forzarnos porque nuestra meta es la llegada al Cielo, de lo
contrario nada hubiera valido la pena.
El amor a Nuestra
Madre Santísima María será siempre la mayor garantía contra los enemigos de
fuera y de dentro. Ella nos ha precedido, por eso la llamamos nuestra firme
Esperanza y causa de nuestra alegría y felicidad.
Hemos de ser
perseverante hasta el final. Dios que ha comenzado la tarea de nuestra
santificación, la llevará a cabo.
Vivamos alegres con
esa confianza en Él.
Fuente: www.archisevilla.org
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