Queridos hermanos y
hermanas: ¡Demos gracias a Dios, que es admirable siempre en sus Santos! Con
estas palabras prestadas de la liturgia de la Iglesia comienzo esta carta
semanal. Sí, demos gracias a Dios porque el próximo 18 de octubre, nuestra
Archidiócesis va a vivir un acontecimiento excepcional. En Roma, corazón de la
Cristiandad, en el marco del Sínodo de los obispos sobre la familia, el papa
Francisco va a presidir la ceremonia de canonización de la beata Madre María de
la Purísima, séptima Superiora General de la Compañía de la Cruz, el Instituto
fundado por santa Ángela, canonizada en Madrid por el papa Juan Pablo II el 4
de mayo de 2003.
No hay institución
más querida y admirada en Sevilla que la Compañía de la Cruz, que desde las
dieciséis casas erigidas en nuestra Archidiócesis, son testigos de la caridad
de Cristo, sirviendo ejemplarmente a los más pobres. Su espiritualidad,
centrada en la cruz y los consejos evangélicos, se caracteriza por la vivencia
alegre de la virtud de la pobreza, la fidelidad a la oración, la mortificación
y las obras de misericordia. Su servicio a los necesitados, que siempre tiene
una claro marchamo apostólico, se concreta en la asistencia, día y noche, a los
enfermos en sus domicilios y en el servicio a los pobres, verdaderos “amos y
señores” de las Hermanas de la Cruz, como afirman sus Constituciones. La
Congregación acoge también en sus casas a mujeres ancianas y discapacitadas, y
en sus colegios de enseñanza infantil y primaria a niñas de familias humildes,
a las que brinda una sólida formación humana y espiritual.
Este es el carisma
que custodió como oro en paño la Beata Madre María de la Purísima de la Cruz,
en el siglo María Isabel Salvat Romero, nacida en el número 25 de la calle Claudio
Coello, Madrid, el 20 de febrero de 1926, en el seno de una familia acomodada,
que le procuró una esmerada educación. Fue bautizada en la parroquia madrileña
de la Concepción. El 8 de diciembre de 1944, a los dieciocho años, ingresó
en la Compañía de la Cruz. Tomó el hábito en 1945. Hizo la profesión temporal
en 1947 y emitió su profesión perpetua en 1952. Fue superiora de las casas de
Estepa y Villanueva del Río y Minas, maestra de novicias y consejera general.
Fue elegida Madre General de la Compañía de la Cruz el 11 de febrero de 1977.
Murió el día 31 de octubre de 1998.
Quienes la
conocieron ponderan su piedad y altísima vida de oración, su austeridad y amor
a la pobreza, su alegría, su fidelidad a la Regla hasta en los más mínimos
detalles, su amor a los pobres y enfermos, y a las niñas de los internados. De
ella han afirmado sus hijas en innumerables ocasiones que «si se perdieran las
reglas, sólo con verla actuar se podían escribir de nuevo».
Su proceso de
beatificación se desarrolló con una inusitada rapidez. Se abría el 20 de
febrero de 2004. El 4 de noviembre de 2005 tenía lugar la clausura del proceso
sobre el milagro atribuido a la Sierva de Dios en la persona de una niña de La
Palma del Condado (Huelva), Ana María Rodríguez Casado. Aquejada de una grave
afección neurológica, su curación se produjo de forma «difícilmente explicable
y no previsible» gracias a la intercesión de Madre María de la Purísima. Su
beatificación tuvo lugar en Sevilla el 18 de septiembre de 2010, en una solemne
ceremonia presidida en nombre del papa Benedicto por el arzobispo Angelo Amato,
Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Cinco años después
de su beatificación, Madre María de la Purísima, superiora general de las
Hermanas de la Cruz, será canonizada. Será posible gracias al milagro
obrado por ella en la persona de un armao de la Centuria Macarena,
Francisco José Carretero Díaz, que en septiembre de 2012, con 43
años, sufrió una parada cardiorrespiratoria que lo mantuvo sin
oxígeno 25 minutos. Permaneció doce días en coma y despertó gracias a la
intercesión de la Beata. El milagro fue reconocido como tal por la Santa Sede
el 4 de mayo de 2015.
Madre María de la
Purísima de la Cruz es para todos nosotros modelo de fidelidad al Señor y de
amor a los más pobres, un referente cercano de lo que debe ser la vida
cristiana vivida hasta sus últimas consecuencias. Ella vivió con gran fidelidad
su consagración total a Jesucristo, a la Iglesia, a su Instituto y a los
pobres. Ella, que vivió entre nosotros hasta hace sólo diecisiete años, nos
hace cercano y accesible el Evangelio de Jesús, traduciéndolo y poniéndolo al
alcance del hombre actual. Ella nos dice además que también hoy podemos ser
santos en Sevilla y vivir con radicalidad nuestra vocación cristiana.
Para todos,
especialmente para las Hermanas de la Cruz, mi enhorabuena cordial, mi saludo
fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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