Foto: Andrés García |
Desde la Edad Media se había establecido una fiesta el V Viernes de Cuaresma a la Virgen al pie de la cruz, extendida a toda la Iglesia en 1714. Una segunda celebración en torno a los Dolores de Nuestra Señora surge también al calor de la Orden de los Siervos de María, pero en este caso considerando globalmente los sufrimientos de la Virgen a lo largo de toda su vida por su íntima asociación a la Obra de la Redención, y no sólo centrándose en el Calvario, aunque éste fuera el momento culminante.
En la reforma litúrgica del Pontífice Pío X Sarto en 1914, “para fomentar el culto de la Virgen Dolorosa y la devoción y la gratitud de los fieles hacia la misericordiosa Corredentora del género humano” y con el fin de despejar el ciclo dominical, se fijó el quince de septiembre, día en que ya se celebraba en el rito ambrosiano por no tener octava la fiesta de la Natividad de la Virgen, haciendo pareja con la del día anterior: la Exaltación de la Santa Cruz.
Contemplamos desde la perspectiva de la glorificación los frutos de la Redención de la pareja salvadora, Cristo Nuevo Adán y María Nueva Eva. En palabras de Pablo VI, es “ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo exaltado en la Cruz a la Madre que comparte su dolor”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.