A primera vista la imagen es casi idílica: una joven
familia —padre y madre que estrecha a un niñito— se adentra, a lomos de un
asno, en un paisaje desértico. La escueta nota a pie de foto describe, en
cambio, sin necesidad de comentarios, una tragedia que parece sin fin: son
prófugos que dejan Siria en dirección a Irak para ponerse a salvo de un
conflicto ya demasiado largo y feroz, pero que podría agravarse aún más por
elecciones cuyas consecuencias son imprevisibles.
Huída a Egipto. Jacopo Bassano
|
La foto hecha en el desierto sirio parece también una
atormentadora y dramática representación moderna de otra fuga: la de la pequeña
familia de Jesús a Egipto para librarse del odio de Herodes, descrita también
aquella con escuetas palabras en el Evangelio de Mateo y en el curso de los
siglos innumerables veces representada en oriente y en occidente. A esta imagen
se le añaden muchísimas otras, que llegan casi a diario de muchas partes del
mundo, trazando los contornos trágicos de una auténtica cuestión planetaria, la
de las emigraciones forzadas.
Fenómeno recurrente y mutable en el curso de los
siglos, en la segunda mitad del siglo XX los flujos migratorios se han hecho
más dramáticos e imponentes como consecuencia de los conflictos, hasta el punto
de inducir a las instituciones internacionales a movilizarse y a instituir
organismos especializados. En este escenario, dramático en diversas partes del
mundo, la Santa Sede intervino sobre todo con la constitución apostólica Exsul
familia de 1952.
A este texto de referencia —que se abre indicando
precisamente en el destino de la familia de Nazaret la de cada persona obligada
a huir de la violencia— le han seguido muchas intervenciones y medidas. Todas
orientadas a sostener el empeño de muchísimos católicos y cristianos para
quienes la parábola del buen samaritano sigue siendo «criterio de medida», como
escribió Benedicto XVI en su primera encíclica y ha mostrado al mundo el Papa
Francisco en distintos modos: eligiendo Lampedusa como meta de su primer viaje,
anunciando la visita al centro Astalli de Roma y denunciando repetidamente el
crimen de la trata de personas, «la esclavitud más extendida» de este siglo.
Un empeño irrenunciable para la Iglesia, repite ahora
el documento Acoger a Cristo en los refugiados y en las personas
forzadamente desarraigadas de dos consejos pontificios (el de la Pastoral
para los inmigrantes e itinerantes, junto a Cor unum) publicado el pasado
junio. Para afrontar una cuestión de dimensiones mundiales y destinada a
extenderse en las próximas décadas, que requiere cada vez más el compromiso
mundial y la acogida de las comunidades cristianas.
G.M.V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.