El cardenal Antonio María Rouco
Varela, un año después de la JMJ de Madrid
Hace ahora un año, Madrid se preparaba para acoger a
una riada de peregrinos de todo el mundo. El cardenal Rouco confiesa no poder
evitar sentir cierta nostalgia al recordar aquellos días. También Madrid -cree
su arzobispo- echa de menos la alegría que trajeron los peregrinos. Pero la JMJ
es mucho más que un bonito recuerdo. Para buena parte de la sociedad, supuso un
revulsivo «el descubrimiento de la Iglesia» real, muy alejada de los tópicos
comunes, y esto abre nuevos horizontes para la evangelización. En cuanto al
contenido de la acción apostólica de la Iglesia, sobre todo en relación con los
jóvenes, el cardenal Rocuo afirma que quedó definitivamente afianzada la
convicción de que la misión debe centrarse «en lo esencial, en la fe en
Jesucristo». Cuando se cultiva la amistad con Él, surgen vocaciones a la vida
consagrada, y «el matrimonio y la familia se convierten también en realidades
sacramentales de testimonio de Cristo».
Foto: Archivo Hermandad |
Un año después, ¿qué queda de la JMJ?
Con la distancia, veo la JMJ efectivamente como una
oleada de gracia para la Iglesia. Un fruto de mucha importancia desde el punto
de vista de la evangelización, es que, para la opinión pública, fue una ocasión
para el descubrimiento de la Iglesia en lo más genuino de sí misma: una
comunidad de fe que testimonia a Jesucristo, unida no sólo externamente, sino
en actitudes de vida, que se manifiestan en la alegría, en la ayuda mutua, la
caridad, la esperanza...; en definitiva, en un estilo nuevo de vivir, como dijo
el Papa, en sus primeras impresiones, el miércoles inmediatamente siguiente a
la JMJ. Si la vida en la ciudad de Madrid fuera siempre tal como transcurrió
aquella semana en las calles, ¡esto sería un adelanto del Paraíso! ¡Y cuántas
señoras mayores -y también señores- me han dicho que se pasaron esos días
delante del televisor, llorando, porque veían con emoción que la Iglesia no era
sólo un grupo de amigas piadosas que van a Misa todos los días! Se vio que la
Iglesia es una realidad viva.
Creo que también quedó clara la íntima relación que
existe entre Jesucristo y la Iglesia, frente a quienes han lanzado el mensaje
de que no tiene nada que ver lo uno con lo otro. Se puso de manifiesto el
indisoluble vínculo entre la renovación de la fe en Cristo y la vida de la fe
vivida en la comunión de la Iglesia, y en comunión, en primer lugar, con el
Papa, el Vicario de Cristo en la tierra. La Historia ha puesto claramente de
manifiesto que, sin el Papa, no hay JMJ. Y la importancia del primado del
Romano Pontífice para la Iglesia hay que verla, precisamente, en relación con
esa naturaleza suya -como dice el Vaticano II- de sacramento de la unión de
los hombres con Dios y de los hombres entre sí en Jesucristo. Se vio y se
palpó en la JMJ.
¿Le sorprendió el éxito de este encuentro?
Creo que la gran sorpresa fue, sobre todo, para
quienes tenían una imagen falseada de la Iglesia. Estas personas, en fin,
descubrieron que merece la pena no alejarse de la Iglesia, y que a lo mejor ha
llegado el momento de buscar el camino de vuelta hacia ella. Para mí, desde
luego, no lo fue. Ya me había tocado organizar la Jornada Mundial del año 1989,
en Santiago de Compostela, y sí que en esos primeros pasos de las Jornadas
Mundiales había un importante grado de incertidumbre, que nos embargaba a todos
un poco y hacía muy difícil una previsión de lo que iba a pasar. Pero, en
Madrid, se contaba con que la participación iba a ser mayor que en ninguna otra
JMJ, y se confiaba en la generosa respuesta de España, y sobre todo de Madrid,
con Alcalá y Getafe (las dos diócesis sufragáneas), donde se iban a acoger a
los peregrinos en los días centrales. Teníamos mucha confianza, quiero
subrayarlo, en la oración, en esa cadena invisible pero real formada por
comunidades orantes, sobre todo de las religiosas contemplativas, que se
empeñaron a fondo, con gran entrega y sacrificio, en la preparación espiritual
de la JMJ.
Los factores de incertidumbre no eran muchos. La
colaboración del Gobierno fue buena, sobre todo, teniendo en cuenta las
circunstancias de la España de los últimos 7 años. Por supuesto, también fue
buena la colaboración del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid, y también
la respuesta de la sociedad madrileña, incluso de la más alejada de la Iglesia.
En cuanto a los fieles, era evidente que su respuesta iba a ser muy buena. La
incertidumbre, si acaso, tenía que ver con la pregunta de en qué medida la
celebración iba a dejar frutos pastorales y espirituales en la Iglesia.
Por ejemplo, ¿en el número de vocaciones?
Bueno, yo hablaría no tanto de las vocaciones de la
Jornada Mundial de Madrid, sino de las vocaciones de las Jornadas Mundiales.
Estadísticas no tenemos, pero sí el panorama global de las jóvenes generaciones
de sacerdotes, de religiosos y religiosas, de las Órdenes de vida
contemplativa, de realidades nuevas de vida consagrada, de realidades muy
observantes de vida consagrada... La experiencia muestra que la juventud
consagrada y la juventud sacerdotal de la Iglesia son, en un tanto por cierto
muy elevado -no sabría decir en cuánto, pero sí que es en un porcentaje muy
elevado-, fruto de la siembra de las JMJ. Y también hay que esperar esos frutos
de la de Madrid, quizá incluso en mayor medida que de las anteriores.
¿Qué otros frutos deja la JMJ?
Un efecto inmediato es que la fórmula de pastoral
juvenil de la JMJ ha quedado definitivamente asentada en el episcopado del
mundo. No hay ya quien diga que esto no vale, que hay que buscar otros
caminos... Esta fórmula queda consolidada por mucho tiempo.
Un segundo dato es la unidad de la Iglesia con los
jóvenes. Hay, de nuevo, una juventud católica en el mundo. Desde el punto de
vista cuantitativo, es evidente que se trata de una minoría, pero no existe una
minoría juvenil de otro signo, o con otras señas de identidad social, política
o religiosa, que, ni de lejos, se le pueda comparar.
Y en tercer lugar, a través de la historia de las JMJ
se ha descubierto, también en Madrid, un dato de enorme importancia en los
países occidentales, los más secularizados: la vida interior como clave para la
vida cristiana y para la vocación evangelizadora. En España y en Europa, ya no
es concebible una pastoral juvenil sin abrir ámbitos de vida de oración.
¿Se puede hablar de una juventud católica nueva? ¿Hay
un antes y un después de la JMJ de Madrid?
No diría yo tanto. Más bien creo que la Jornada
Mundial de la Juventud registró el hecho de que hay una juventud católica,
distinta de la de hace 15, 20 años, y no digamos de la de hace 30. Después del
Concilio Vaticano II, la juventud católica estaba convulsa, muy abatida,
deslavazada, con sus organizaciones en crisis, un poco desmantelada... De la
mano de Juan Pablo II, fue recobrando personalidad, vigor y presencia: presencia
en la vida de la Iglesia y presencia en la sociedad. Los nuevos movimientos han
ayudado mucho, aunque no hayan llegado -y la Iglesia con ellos- a reconstruir
las grandes unidades organizativas de los seglares católicos durante la primera
mitad del siglo XX. Pero, ciertamente, se ha recobrado una juventud católica.
Esa juventud católica vino a la JMJ, y salió de Madrid muy concienciada y más
comprometida. Incluso también las organizaciones nuevas de los jóvenes
católicos han salido reforzadas de la JMJ, en relación con la Iglesia y con el
mundo y respecto a la labor de evangelización o de la santificación de las
realidades temporales. Y además de todo esto, después de la JMJ, muchos jóvenes
han vuelto a la fe, o incluso la han descubierto por primera vez.
¿Qué conclusiones pastorales saca la Iglesia en España
y en Madrid de esta JMJ?
La primera y fundamental es que es importantísimo que
la Iglesia se centre en lo esencial, en la fe en Jesucristo y en una actividad
apostólica que ofrezca ese testimonio y lleve la caridad de Cristo a todos los
ámbitos de la vida. Es necesario un tipo de evangelización donde eso sea el
centro decisivo, el foco desde el cual salga la luz que ilumine todo lo demás.
La Iglesia es una comunidad de fieles que está configurada por Él, y que Le
hace presente y visible en el mundo. Viviendo esa presencia de Cristo en la
Palabra, en los sacramentos, en la comunidad, en la vida interior..., la vida
personal se convierte en vida entregada a la misión, a través de la vida
consagrada, o bien desde la familia, que, enraizada en el sacramento del
matrimonio, se convierte en un precioso instrumento de presencia y de
testimonio de Cristo en el mundo.
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