Queridos hermanos y hermanas:
En las próximas semanas, muchos de vosotros tendréis que reservar
plaza en los colegios públicos o privados para vuestros hijos de cara al
próximo curso escolar y, en el caso de la escuela pública, se os
preguntará si deseáis que vuestros hijos asistan a la clase de religión y
moral católicas. Es éste un derecho fundamental que os garantiza la
Constitución Española y los Acuerdos suscritos entre la Santa Sede y el
Estado Español. No se trata, pues, de un privilegio que se concede a los
católicos, ni de una concesión graciosa del Estado. Como reconoce
nuestra Carta magna, los padres tienen el derecho inalienable de elegir
el tipo de educación que desean para sus hijos, sobre todo en el plano
moral y religioso, derecho que los poderes públicos no pueden ni limitar
ni suprimir sin incurrir en una arbitrariedad injustificable en un
Estado democrático. Sería un atropello.
Esto supuesto, los padres y los alumnos tienen derecho a que la
enseñanza religiosa escolar se imparta en condiciones análogas a las de
las demás áreas, sin introducir limitaciones o trabas que discriminan la
impartición de esta enseñanza, que en ocasiones dan la impresión de
querer asfixiarla, presentándola como si fuera una materia marginal y un
peso añadido a la carga curricular. A pesar de todo, según datos
recientes hechos públicos por la Conferencia Episcopal Española, tres de
cada cuatro alumnos de la enseñanza pública, optan por la clase de
religión porque, gracias a Dios, siguen siendo muchos los padres que
entienden la formación religiosa y moral forma parte de la educación
integral de sus hijos.
No faltan quienes opinan que la escuela no es el lugar propio de la
formación religiosa, que pertenece más bien al ámbito familiar o a la
catequesis que ha de impartirse en la parroquia. Es la postura de
quienes desearían que la religión fuera desalojada de la escuela
pública. La familia y la parroquia tiene ciertamente un puesto
insustituible en la educación cristiana de nuestros niños y jóvenes,
como lo debe tener también la escuela si quiere educar integralmente a
las nuevas generaciones. A veces, incluso en ambientes eclesiales, se
aduce como razón fundamental para ello, que sin un conocimiento riguroso
del cristianismo y del Evangelio es imposible comprender nuestra
historia, nuestra cultura, las manifestaciones artísticas, la pintura,
la escultura, la literatura o la música, nacidas al calor de la fe. Es
una razón válida, pero no la única, ni la más importante.
La formación religiosa escolar proporciona a los alumnos el
conocimiento de la verdad revelada sobre Dios, responde a las preguntas
fundamentales sobre el sentido de la vida, nuestro origen y el destino
eterno y trascendente del hombre, ofreciendo razones sólidas para vivir,
luchar y sufrir. La formación religiosa ofrece al alumno principios y
criterios morales seguros de comportamiento para con Dios y para con el
prójimo, tanto en el plano personal como social, en aspectos tan
decisivos como la convivencia, el respeto por todos, la justicia, la
entrega a los demás, el sacrificio, la fraternidad y el servicio, de
forma que bien podemos decir que la educación religiosa escolar encierra
un evidente valor social, pues ayuda formar buenos ciudadanos, aspecto
éste que nuestras autoridades deberían valorar como se merece. En el
momento actual, cuando nuestra sociedad mira con preocupación la pérdida
de valores morales y sociales de una parte de nuestra juventud, en la
que con demasiada frecuencia surgen brotes de violencia, cuando no de
delincuencia que están en la mente de todos, es más urgente que nunca
ofrecer a nuestros niños y jóvenes una sólida educación en los valores
religiosos y morales. Esto es lo que puede ofrecer la enseñanza
religiosa en la escuela, dentro del horario escolar y con la metodología
propia de la enseñanza académica.
Con todo, lo más importante que la asignatura de religión puede
brindar a los alumnos es el encuentro con Cristo, camino, verdad y vida
de los hombres (Jn 14,6) y única esperanza para el mundo, el único que
puede dar respuesta a las ansias infinitas de felicidad que bullen en
los corazones de nuestros adolescentes y jóvenes, pues Cristo es “el centro de la humanidad, el gozo del corazón del hombre y la plenitud total de sus aspiraciones”, como nos dijera en frase certera el Concilio Vaticano II (GS 45).
Por todo ello, invito a los padres católicos de nuestra Archidiócesis
a inscribir a sus hijos en la clase de religión, pues una buena
formación religiosa y moral es la mejor herencia que pueden dejarles. Mi
invitación se extiende a los jóvenes que cursan bachillerato y que
están en situación de optar por sí mismos. Invito por último a los
profesores a tomarse muy en serio la responsabilidad que les encomienda
la Iglesia. A todos ellos manifiesto mi afecto, aprecio y gratitud por
la tarea que realizan, a veces con muchas dificultades.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla
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