Queridos hermanos y hermanas:
En el XXV aniversario de la visita de san Juan Pablo II a Sevilla para clausurar el XLV Congreso Eucarístico Internacional, dedico mi carta de esta semana a recordar aquel acontecimiento magnífico, que muchos todavía recuerdan y que fue una gracia extraordinaria para la ciudad y para la Archidiócesis. Se inició en la mañana del sábado 12 de junio de 1993 con la llegada del Santo Padre al aeropuerto de Sevilla, trasladándose enseguida a la plaza Virgen de los Reyes, para dirigir su primer mensaje a los fieles y rezar el Ángelus desde el balcón de la Giralda, convertida en púlpito excepcional. Instantes después entró en la Catedral, donde estaba expuesto el Santísimo, venerado por los sacerdotes, los consagrados de Sevilla y los participantes en el Congreso. Son impresionantes las fotografías del Santo Padre inclinado en actitud de profunda adoración durante un cuarto de hora largo ante el Señor Sacramentado.
A las cinco de la tarde tuvo lugar la ordenación de 37 nuevos sacerdotes, diez de ellos de Sevilla, en el polideportivo del Polígono de san Pablo. Cuentan quienes participaron que el calor era asfixiante, tan grande como la alegría y el fervor. Por la noche, se celebró el encuentro del Papa con los jóvenes en la plaza de la Virgen de los Reyes, preludio inmediato de la Statio Orbis, clausura del Congreso Eucarístico, que tuvo lugar al día siguiente, domingo 13, en el Campo de la Feria con la asistencia de cerca de un millón de personas. Las crónicas de aquel día inolvidable destacan la hermosa homilía del Papa y su gesto entrañable al llegar al altar postrándose ante la imagen bendita de la Pura y Limpia del Postigo del Aceite, que tanto agradecieron los sevillanos.
En esa tarde el Santo Padre acudió a despedirse de los Delegados Nacionales en el Patio de los Naranjos de la Catedral. Se acercó después a Dos Hermanas para visitar y bendecir la Residencia de Ancianos San Rafael y las obras sociales ligadas al Congreso.
En la preparación del Congreso y de la visita del Papa, como es natural, tuvo un papel destacadísimo el señor Arzobispo fray Carlos Amigo, y un sinnúmero de colaboradores, entre los que cabe destacar a Mons. Miguel Oliver, Secretario general de este magno acontecimiento. Pero el protagonismo principal de aquellas jornadas gozosas corresponde al Papa, que quiso visitarnos, y al pueblo cristiano de Sevilla y Andalucía que respondió magníficamente a la invitación de sus pastores. La muchedumbre de fieles, cercana al millón, que participó en la Eucaristía del Campo de la Feria, superó las expectativas más optimistas.
Las claves de este resultado, para muchos sorprendente, fueron varias. La primera, la extraordinaria personalidad del Papa, su fuerza interior, su fe profunda, su amor al Señor, la entrega agónica de su vida al servicio del Evangelio y la autenticidad en el testimonio que sólo los santos saben transmitir. La segunda, la extraordinaria calidad cristiana del pueblo sevillano y su amor al Papa.
A juicio de las autoridades vaticanas y de los obispos españoles, el Congreso fue un gran éxito de organización y de participación. Su lema fue Christus lumen gentium, y los temas de estudio fundamentales fueron la Eucaristía, la evangelización y las exigencias sociales de la participación en el sacramento eucarístico. Todas estas facetas las recogió magistralmente el Santo Padre en su homilía en la Statio Orbis con estas palabras: Del altar eucarístico, corazón palpitante de la Iglesia, nace constantemente el flujo evangelizador de la palabra y de la caridad. Por ello, el contacto con la Eucaristía ha de llevar a un mayor compromiso por hacer presente la obra redentora de Cristo en todas las realidades humanas. El amor a la Eucaristía ha de impulsar a poner en práctica las exigencias de justicia, de fraternidad, de servicio, de igualdad entre los hombres.
Las actitudes del Papa en estos días nos señalaron un verdadero programa de vida cristiana, que veinticinco años después no ha perdido actualidad: en primer lugar su amor a la Eucaristía. Un testigo presencial me comentó hace tiempo su recogimiento rezando de rodillas en la capilla habilitada bajo el podio del altar antes de comenzar la santa Misa, y la acción de gracias prolongada al concluir la celebración. En segundo lugar, su cercanía a los pobres, a los enfermos y a los que sufren en su visita a Dos Hermanas. En tercer lugar su pasión por anunciar a Cristo, por compartirlo con sus hermanos y entregarlo a todos, puesta de relieve en sus discursos y homilías. En cuarto lugar, su piedad filial y amor a la Santísima Virgen, puesto de manifiesto en la oración de rodillas y la incensación de la imagen preciosa de la Pura y Limpia.
Este es el legado de aquel acontecimiento extraordinario que nos dejó este Papa santo, que tanto amó a Sevilla. Dios quiera que los sevillanos de hoy no lo olvidemos.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina. Arzobispo de Sevilla
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