Foto: José Rayo Ramos |
Apenas hemos devuelto al Cristo Yacente a su lugar en el altar mayor de San Roque, y me he puesto, casi sin querer, a escribir estas líneas. En este Viernes Santo me ocurrió, que realizando mis funciones de Diputado Mayor, dentro de la procesión, pasé junto a una hermana que cargaba afanosa, dos cirios. Me acerqué para saber que había ocurrido y me comentó que su pareja había tenido que salir de las filas momentáneamente, cosas de la naturaleza, dejándola con su cirio. Decidí ayudarla con tan pesada carga hasta que volviera, y durante unos minutos, guardé el palo bajo la capa, y me puse a portar el cirio como un nazareno cualquiera. Fueron solo unos minutos, pero me hicieron reflexionar sobre el camino recorrido. Y es que este hermano que escribe, y que ya anda por la cuarta de palio, no recordaba las sensaciones propias de llevar un cirio, tales como el calor de la cera corriendo por el guante, la pesadez del cirio y la soledad del nazareno, aún rodeado de tanta gente. Y es que desde que a los 14 años dejé el cirio, para primero coger el palo de un diputado de tramo, y luego cambiar este palo, por un madero en las trabajaderas del Cristo Yacente, y para finalmente volver a coger nuevamente el palo de un diputado, hasta hoy mismo, no había vuelto a cargar un cirio.
En los últimos años, he tenido la oportunidad de conocer a una buena parte del cuerpo de nazarenos de nuestra Hermandad, tanto a los del Domingo de Ramos, como los del Viernes Santo. He visto como año tras año, volvíais a estar en vuestro sitio, portando insignias, varas o cera. He visto como algunos faltaban al terminar su vida, y como sus hijos han ocupado el sitio vacante, para mantener viva las creencias y la memoria de los que se fueron.
Y es que ha pasado mucho tiempo, y en este tiempo muchas cosas han cambiado. Por ejemplo, hemos pasado a tener de un exiguo cuerpo de nazarenos el Domingo de Ramos y actualmente, cada vez son más los niños que participan en esta procesión y empiezan por fin, a seguir vistiendo la túnica blanca al hacerse mayores.
El Viernes Santo está sufriendo un cambio progresivo. Año tras año, aumenta el número de hermanos que deciden vestir la túnica y cosa que me da aún más alegría, hermanos que vuelven a vestir la túnica después de varios años alejados de la Hermandad. Si revisamos las estadísticas, es un hecho que en los últimos 5 o 6 años hemos duplicado el cuerpo de nazarenos del Viernes Santo.
Pero sin duda lo importante de un camino, no es lo pasado, si no lo que ha de venir. Me gusta el Viernes Santo, cuando llegamos a San Roque, fijarme como las escalinatas que suben al altar mayor están llenas de pequeños nazarenos que agotados después de la procesión, descansan animadamente en estos centenarios peldaños. En estos años, he observado como estas escalinatas cada vez se llenaban más y más, hasta que finalmente, han sido insuficientes para dar descanso a todos nuestros hermanos más jóvenes, que ya se ven obligados a buscar cobijo, descanso y asiento, en las cercanías del altar. Sin duda el futuro de nuestra Hermandad se sienta cada madrugada, ya del Sábado Santo, en las escalinatas del altar mayor y a raíz de lo comentado, creo que será un futuro cada vez más grande.
Rafael Rayo Rosado
Publicado en el Boletín de la Hermandad
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