Hoy día 5 de novimbre, coincidiendo con la fecha de su
Beatificación en Sevilla por Su Santidad el Beato Juan Pablo II, la Iglesia
celebra la festividad litúrgica de Nuestra Titular Santa Ángela de la Cruz. En
torno a su festividad, el próximo jueves día 8, la Hermandad bendice en la misa
de difuntos las capillas domiciliarias de Santa Ángela de la Cruz con el fin
primordial de difundir entre nuestros hermanos y sus familias la devoción a
Nuestra Amantísima Titular, fomentando de este modo el fervor y la fe.
Santa Ángela de la Cruz
(1846-1932)
Ángela
nació en Sevilla el año 1846, de familia numerosa y pobre, trabajadora y
piadosa. Desde muy joven trabajó en un taller de zapatería, a la vez que se
entregaba al servicio de los más pobres y marginados. Bajo la guía de un
experto confesor, el P. Torres, intentó hacerse religiosa, hasta que comprendió
que el Señor la llamaba a fundar una congregación, la Compañía de Hermanas de
la Cruz, que, viviendo en gran austeridad, atendían a enfermos y menesterosos. A
pesar de no tener estudios, dejó escritos de gran profundidad. Su vida y
espiritualidad tienen rasgos franciscanos muy marcados. Murió el 2 de marzo de
1932 en Sevilla. Juan Pablo II la beatificó el 5 de noviembre de 1982 y la
canonizó en 2003.
Nació
en las afueras de Sevilla el día 30 de enero de 1846. Fue bautizada el 2 de
febrero siguiente en la parroquia de Santa Lucía. Su padre, Francisco, era
cocinero del convento de los Trinitarios, y su madre, Josefa, costurera allí
mismo. Tuvieron catorce hijos, de los que solamente seis llegaron con vida a la
mayoría de edad. Como tantas niñas pobres sevillanas de su tiempo, fue poco al
colegio, aprendiendo a escribir, sin dominar la ortografía, algunas nociones de
aritmética y catecismo. Su pobreza no le impedía, desde niña y adolescente,
compartir con los más pobres los bienes que tenían en la familia, pues les
llevaba mantas de su casa cuando no tenían ellos para todos.
En el
hogar aprendió a rezar el rosario y las oraciones del mes de mayo dedicado a la
Virgen María. Con su padre acudía al rosario de la aurora y su madre se
prestaba a ser madrina de los niños del barrio que lo necesitaban. Hizo la
primera comunión en 1854 y recibió la confirmación en 1855. A los doce años
tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su familia como aprendiz en la
zapatería Maldonado, donde también se rezaba diariamente el rosario, y tuvo sus
primeras experiencias místicas. Ella misma se puso a enseñar el oficio a otras
niñas, como oficiala de primera, en una institución llamada «Las Arrepentidas»,
en aquella Sevilla que entonces tenía rango de Corte por la presencia en el
palacio de San Telmo de los duques de Montpensier.
El
canónigo que confesaba a Angelita, el padre Torres, le ayudó a encontrar lo que
Dios le pedía: ser monja. En 1865, acompañada de su hermana Joaquina, llamó a
las puertas del Carmelo que había fundado en Sevilla santa Teresa de Jesús,
pero, a pesar de su gran capacidad para la vida contemplativa, no fue admitida
porque no tenía suficiente salud para la vida tan austera del Carmelo. En 1868
entró como postulante en las Hijas de la Caridad del hospital central de
Sevilla, pero por su salud quebrantada fue trasladada a Cuenca, por si le
sentaba mejor aquel clima. En 1870 tuvo que dejar definitivamente a las Hijas
de la Caridad, a pesar de su entrega y fidelidad generosa.
Resignada
a vivir como «monja sin convento», volvió a su trabajo y se sometió en
obediencia a su director espiritual, escribiendo todos los pensamientos y
deseos de su alma, hasta que en 1875 vio durante la oración el monte Calvario
con una cruz frente a la de Cristo crucificado: «Al ver a mi Señor crucificado
deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle; conocía con bastante
claridad que en aquella otra cruz que estaba frente a la de mi Señor debía
crucificarme, con toda la igualdad que es posible a una criatura...». En una
ocasión, después de escuchar las quejas de los pobres que sufren, escribe al
padre: «Si, para aconsejar a los pobres que sufran sin quejarse los trabajos de
la pobreza, es preciso llevarla, vivirla, sentirse pobre... ¡qué hermoso sería
un instituto que por amor a Dios abrazara la mayor pobreza!», recibiendo así la
inspiración de fundar una «Compañía».
En
sus Papeles íntimos, páginas asombrosas para una mujer iletrada, con faltas
ortográficas pero con una identidad cristiana y eclesial admirable, redactó su
proyecto de Compañía, con una dimensión caritativa y social a favor de los
pobres y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad de Sevilla, por
su identificación con los menesterosos: «Hacerse pobre con los pobres». No
quería hacer la caridad «desde arriba» sino ayudar a los pobres «desde dentro».
Escribía y lo vivía: «La primera pobre, yo...».
El
día 2 de agosto de 1875 el padre Torres celebraba la Eucaristía en la iglesia
del convento jerónimo de Santa Paula, a la que asistían, con Ángela, que era
terciaria franciscana, otras tres mujeres, Juana, Josefa y otra Juana,
dispuestas a desentrañar el misterio de la cruz en la oración y en el servicio
a los pobres. Acabada la misa, se trasladaron a vivir a un cuarto alquilado en
la calle de San Luis, n. 13, en el que había una mesa, unas sillas y unas
esteras de junco que servían de colchón y de almohada, un crucifijo y un cuadro
de la Virgen de los Dolores. Estaban naciendo las Hermanas de la Cruz.
La
fundadora imprimió a su Compañía un ambiente de limpieza, de saludable alegría
y de contenida belleza, de tal forma que sus conventos tendrían esplendor a
base de cal, estropajo, dos esterillas y cinco macetas. Su estilo sería el de
mujeres sencillas, verdaderamente populares, apartadas de la grandiosidad,
impregnando de tal forma el aire de dulzura, que la gente agradecía aquel nuevo
modo de querer a Dios y a los pobres.
Luego
pasaron a la calle Hombre de Piedra, junto a la parroquia de San Lorenzo, donde
ejercía el ministerio Marcelo Spínola, quien llegaría a ser el arzobispo
llamado «mendigo», recientemente beatificado. Empezaron a recoger niñas
huérfanas de los enfermos a quienes atendían, por eso pasaron a otra casa más
grande en la calle Lerena, donde ya pudieron contar con la presencia de la
Eucaristía. Atendían a las personas que estaban solas y enfermas en sus casas.
Con una mano pedían limosna y con la otra la repartían.
En
1879 el arzobispo fray Joaquín Lluch aprobó las primeras Constituciones de la
Compañía de las Hermanas de la Cruz, en una síntesis de oración y austeridad,
contemplación y alegría en el servicio a los pobres. Las Hermanas de la Cruz
fueron extendiéndose por Andalucía y Extremadura, La Mancha, Castilla, Galicia,
Valladolid, Valencia y Madrid, las Islas Canarias, Italia y América. En Sevilla
se trasladarían a lo que después sería la casa madre en la calle de Los
Alcázares.
En
1894 sor Ángela, «madre Angelita» o simplemente «madre» como se le llamaba ya
en Sevilla, viajó a Roma para asistir a la beatificación del maestro Juan de
Ávila y fray Diego de Cádiz, pudiendo entrevistarse con el Papa León XIII,
quien más tarde concedió el decreto inicial para la aprobación de la Compañía,
que firmaría en 1904 san Pío X.
En
1907 sor Ángela asumió el gobierno y la responsabilidad de su instituto
religioso como primera madre general, reelegida cuatro veces. Aunque tenía fama
de «milagrera», destacaba por su naturalidad y sencillez.
En
1928, a pesar de la exposición iberoamericana, en Sevilla continuaba habiendo
pobres y necesidades; por eso las Hermanas de la Cruz rondaban por los barrios
más pobres, santificándose especialmente con la virtud de la mortificación, al
servicio de Dios en los pobres, haciéndose pobres como ellos.
Sor
Ángela aceptó la decisión del arzobispo y, al no continuar siendo madre
general, se puso a disposición de la nueva, aconsejando a sus hermanas y a
cuantas personas acudían a pedirle ayuda, atraídas por sus virtudes.
Las
Hermanas de la Cruz, de entonces y de ahora, siguen a rajatabla las normas de
mortificación establecidas por sor Ángela: comen de «vigilia», duermen sobre
una tarima de madera las noches que no les toca velar, duermen poquísimo, pues
quieren estar «instaladas en la cruz», «enfrente y muy cerca de la cruz de
Jesús», renunciando a los bienes de este mundo y acudiendo sin tardanza donde
los pobres las necesiten.
El 7
de julio de 1931 la madre Ángela tuvo una trombosis cerebral que, nueve meses
después, la llevaría a la muerte. Estuvo paralizada de medio cuerpo, pero
continuó resplandeciendo en su virtud de la humildad, tratando de agradar y
nunca molestar.
Después
de una larga agonía y de haber recibido los últimos sacramentos, murió en
Sevilla, en su tarima de dormir, el 2 de marzo de 1932. Sevilla entera pasó
durante tres días enteros por la capilla ardiente hasta que, por privilegio
especial, fue sepultada en la cripta de la casa madre.
Fue
beatificada en Sevilla por el Papa Juan Pablo II el 5 de noviembre de 1982, y
canonizada por el mismo en Madrid el 4 de mayo de 2003. Su cuerpo incorrupto
reposa en su capilla de la casa madre y su memoria litúrgica se viene
celebrando el día 5 de noviembre.
L'Osservatore Romano, edición en español, 2 de mayo
de 2003.
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