martes, 15 de marzo de 2011

A los jóvenes


Queridos hermanos en Jesucristo Buen Pastor, con aprecio y consideración de éste vuestro párroco y director espiritual.

Permitidme que este año aproveche la oportunidad que me ofrecéis en vuestra revista para dirigirme a los jóvenes de vuestra hermandad con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Madrid el próximo mes de agosto con la presencia de su Santidad el Papa Benedicto XVI.

Este importante evento al que estáis invitados a participar debiera ser un revulsivo que despertara vuestras conciencias sobre la importancia de saberse y esforzarse en ser buen cristiano, un entusiasta y animado seguidor de aquel Nazareno de Galilea que hace unos 2.000 años vino a traernos la Buena Noticia de que Dios nos ama como nadie jamás nos ha amado y amará en la tierra, que Dios se hizo uno de nosotros para hacernos hijos suyos, llamarnos a su amor divino, liberarnos de las ataduras del pecado y hacernos partícipes de la vida eterna en la espera gozosa de la resurrección futura.

Esta impresionante y misteriosa noticia de salvación es la que conserva y transmite la Iglesia a todos los pueblos de la tierra. Las cofradías, como parte integrante de la misma, están llamadas a facilitar la experiencia de la fe que suscita este mensaje desde el culto, la caridad, la formación y la fraternidad. Vosotros, jóvenes cofrades, estáis llamados a ser cristianos de verdad, teniendo siempre como referencia la vida de vuestra corporación y fundamentalmente la Parroquia, la expresión más inmediata y cercana de la Iglesia en nuestro pueblo. Por todo ello no habéis de avergonzaros por confesaros y ser cristianos, esforzándoos por mejorar cada día vuestro estilo de vida según el Evangelio. 

La costumbre de rezar todos los días os acerca a Dios para hablar con Él. La oración hace que Dios irrumpa en lo cotidiano de la vida y que ésta cobre un sentido mucho más positivo y emprendedor. 

Tener a Jesús como el mejor amigo, puesto que Él, mejor que nadie, entiende de qué estamos hecho, conoce nuestras debilidades, quiere hacerse el compañero de viaje que siempre está dispuesto a escucharnos y a ayudarnos. 

Descubrir a Jesús como mi único Señor hace que nuestro corazón se centre y no se pierda por la idolatría pecaminosa del egoísmo, el consumismo, el hedonismo y la droga. 

La lectura de la Palabra de Dios o su escucha atenta durante la celebración de los sacramentos se convierte en una brújula que indica eficazmente el camino a seguir. Os invito a que no tengáis reparo ni miedo de leer el evangelio personalmente e incluso en vuestros grupos de jóvenes. Quien quiera seguir de veras a Jesús ha de saber que la mejor forma de conocer lo que Él quiere de nosotros es a través de su Palabra. 

La Iglesia es nuestra Madre en la fe a través de la predicación y de los sacramentos. Un auténtico cofrade procura vivir dentro de la Iglesia y vivir acorde con ella. Ya son suficientes los ataques que la Iglesia recibe desde fuera para que desde dentro nos sumemos a ellos. La Iglesia, que es nuestra Madre, hay que quererla. 

La Virgen María es el mejor modelo de fe. Con su vida humilde y a la vez tremenda nos enseña que ya desde muy joven se puede pronunciar un sí total a Dios, sin reservas ni condiciones. Ella nos enseña que no estamos llamados a una vida de pecado sino a una vida con Dios, a una vida santa. Bajo la querida advocación de Dolores, Angustias o Piedad nos dice que merece la pena seguir a Jesús aún y cuando el dolor pueda atravesar como una espada el alma. Debiéndole gran parte de mi vocación a la experiencia de fe en una hermandad eminentemente mariana como es la de la Divina Pastora de Cantillana, he de confesaros que de la mano de la Virgen María podéis encontraros con Cristo y sentir la envidiable vocación al sacerdocio. 

Participar en la Santa Misa es indispensable para el cristiano. Quizás excuséis vuestra ausencia con que no sabéis lo que significa. Yo os digo que el clero parroquial y los catequistas estamos dispuestos a explicaros detalladamente todas sus partes, para que entendiéndola algo más seáis capaces de sentiros más partícipes en ella. Eso sí, debéis tener en cuenta que lo que celebramos, por mucho que se explique, no deja de ser un gran misterio, el Misterio de la Fe que nos hace anunciar la muerte del Señor y proclamar su resurrección hasta que vuelva. Es en la Misa donde el Señor se hace de un modo singular y único realmente presente, actualiza su sacrificio redentor y se ofrece como alimento. Como los sevillistas o los béticos reconocen su identidad de modo sublime cuando se congregan en el estadio para un partido y se sienten más que nunca miembros de un club, así, perdón por la comparación, los cristianos nos reconocemos como tales cuando nos reunimos en la iglesia para participar en la celebración de la Misa. Es allí donde nos vemos las caras, se demuestra patentemente la existencia de una comunidad parroquial y se construye el cuerpo místico de Cristo. ¡Aún sabiendo de la Misa “la mitá”, ven e irás experimentando junto a tus hermanos el sacramento del amor de Dios, que sana los corazones desgarrados y acrecienta la caridad. Ah, por cierto, la diferencia con el partido de fútbol es que en éste cabe la posibilidad de llorar la derrota, en la Misa sin embargo no, siempre celebramos una victoria, y una victoria incomparable, la de Cristo sobre el pecado y la muerte. 

Confesarse es un ejercicio de humildad que hace crecer como persona y como creyente. Reconocerse tal y como uno es, con sus virtudes y sus defectos es un síntoma de madurez que posibilita desde el arrepentimiento sincero el camino a la conversión constante en nuestro camino de fe. El pecado es una realidad que nos afecta a todos y que si no afrontamos con seriedad y firme propósito de enmienda o de cambio puede alejarnos del camino de Dios y agriarnos el alma. Necesitamos reconciliarnos con Dios, con la Iglesia, con los que nos rodean y con uno mismo. Acercarse al sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación nos ayuda a experimentar la infinita misericordia de Dios que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Muchos jóvenes reconocen que gracias a este sacramento superan y aclaran situaciones difíciles que por sí solos son incapaces de lograr. La Confesión vence el egoísmo y la soberbia, disponiéndonos mejor a escuchar la Palabra de Dios y a cumplirla. 

Los sacerdotes queremos ser vuestro padre en la fe, para lo cual es necesario que le abráis vuestro corazón, que confiéis en ellos como amigos y compañeros que desean ayudaros a solucionar las miles de preguntas que rondan vuestra joven cabeza. No somos ni un profesor ni un catequista más, queremos ser el padre que engendre en vosotros a Cristo a través de la predicación de la Palabra de Dios, el ofrecimiento de los sacramentos y el acompañamiento espiritual que pasa por la escucha atenta y amiga y el consejo fraterno. Perdón si a veces nos hacemos tan lejanos y distantes por nuestros afanes pastorales. ¡Exigidnos cercanía, amistad y comprensión! Como el Señor con sus discípulos, no queremos llamaros siervos sino amigos. 

Conocer la fe para amar más y más a Cristo y a su Iglesia. Como cuando zarpa el amor se persigue conocer más al que se ama para amarle todavía más, así ha de ser en cuanto a nuestra fe cristiana cuando confesamos nuestro amor a Jesús. Si de verdad le queremos es necesario que le conozcamos mejor. La Parroquia os facilita este conocimiento de múltiples formas. Mediante la formación parroquial, para todos los grupos y para todas las edades, podréis profundizar en aspectos diversos relativos a la vida creyente. Bien sé que muchos de vosotros os esforzáis por asistir a estas formaciones, lo cual os honra, no obstante, seguid animándoos mutuamente para que en las charlas impere algún día la primera juventud. Las catequesis de confirmación son también un medio eficacísimo para acercaros a Cristo y comenzar a sentiros Iglesia. Con la ayuda de los catequistas podréis escudriñar la riqueza espiritual que contiene la Palabra de Dios, así como el conocimiento profundo de nuestra fe católica a través del estudio compartido del Catecismo o del Compendio. La experiencia de esta catequesis en grupo junto a otros jóvenes y en relación con otros ámbitos parroquiales os hará descubrir que la fe comporta no sólo la dimensión personal sino también la comunitaria. Igualmente en vuestros grupos de jóvenes cofrades debéis apostar por la formación compaginada con la oración y la convivencia. 

Sentirse parte de la comunidad parroquial y participar en la vida de la misma es un signo evidente de madurez cristiana, puesto que la fe no es una mera devoción personal o un aspecto exclusivo de mi ámbito personal. El creyente no es una persona individualista sino alguien que necesita el referente de una comunidad que comparte las mismas inquietudes y trabaja unida por la misma causa del Reino de Dios en medio de nuestro mundo. La Parroquia no es simplemente el imponente templo de la Magdalena, es sobre todo el edificio espiritual y humano que forman todos los feligreses bajo una misma fe que se profundiza a través de la formación, se celebra en la liturgia y se vive a través de la acción pastoral y social de la Iglesia. Los jóvenes ponéis en la comunidad parroquial el entusiasmo y la energía que a veces falta por la rutina. La Iglesia os necesita, así como también vosotros la necesitáis. Para nuestra Parroquia sería un motivo de enorme alegría el hecho de que sus grupos contasen también con vuestra colaboración y entusiasmo. Pienso ahora mismo en grupos como la pastoral de la salud, Cáritas, poscomunión y confirmación. ¡Cuánta falta le hacéis! 

Vivir dentro de la hermandad supone vivir dentro de la Iglesia. Es menester que tengáis bien claro que las hermandades no son asociaciones civiles en paralelo a la Iglesia sino asociaciones de fieles que reconocidas por la autoridad eclesiástica viven como parte integrante de la Parroquia. No se puede ser cofrade e ir en contra de la Iglesia, no se puede tener devoción sincera a los titulares de la cofradía sin presentar respeto a los sacerdotes, no se puede vivir en hermandad si no se mantiene un vínculo de unidad con nuestros obispos y con su Santidad el Papa, no se puede asistir tan sólo a los cultos pertinentes de la hermandad olvidándose del precepto dominical de acudir a la Santa Misa, no se puede profesar la devoción cofradiera sin profesar de palabra y con ejemplo de vida la fe y la moral de la Iglesia Católica. Ser cofrade no es incompatible con ser hombre o mujer de Iglesia, al contrario, es lo segundo lo que da sentido a lo primero. 

El grupo joven es para algo más que limpiar plata para los cultos y procesiones de la hermandad. Es una aspiración sana y encomiable que las hermandades puedan tener grupos de jóvenes que colaboren con la Junta de Gobierno en el buen funcionamiento de la corporación. ¿Qué haría una hermandad sin vuestra sonrisa y sin vuestro barullo juvenil? ¿Qué haría sin vuestras emprendedoras propuestas y sin vuestro infatigable apoyo? Un grupo joven abre las ventanas del edificio cofradiero para que éste se airee y no se estropee por humedades de anquilosamiento y aburguesamiento de sus miembros responsables. Firmemente creo que servís para mucho más que limpiar, sacar ciriales o echar incienso. Vuestra alegría, creatividad, servicialidad, jovialidad, deportividad y fe humilde y sincera es lo más interesante que podéis aportar a vuestra hermandad. Fomentad entre vosotros el afán por conocer cada día más a Cristo, por entusiasmaros en convivir en fraternidad, por hacer de vuestra cofradía una iglesia doméstica donde se vive y se comparte la fe con valentía y buenos propósitos. 

La convivencia fomenta la unidad, como hemos podido constatar en el encuentro de jóvenes cofrades. Juntos celebramos la eucaristía, compartimos la mesa, nos reímos y nos dimos la mano. Este signo de unidad ha de ser un estímulo para vuestros mayores, un referente clave a la hora de coordinar los mismos intereses entre unos y otros.

Queridos jóvenes, os animo a considerar todo lo dicho para el bien común de nuestra Parroquia y de vuestra hermandad. La Iglesia espera mucho de vosotros. Cristo os invita a seguirle y a conocerle. ¡No tengáis miedo de ello! Como al discípulo Juan, Jesús os invita a descansar la cabeza sobre su pecho para que sintiendo los latidos de su corazón divino os contagiéis del amor que hace nueva todas las cosas. Rezo para que Él bendiga vuestras ilusiones, vuestros hogares y vuestros estudios. Imploro la intercesión poderosa de la Santísima Virgen María para que como buena y solícita Pastora os mantenga siempre en el redil de la Iglesia.

Álvaro Román Villalón
 Párroco y director espiritual de la Hermandad
Fuente: Boletín cuaresmal de la Hermandad

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