de una luna enamorada,
una noche te encontré,
Purísima Inmaculada.
Y me miré en esa angustia
de los ojos de tu cara,
y en ese dolor callado,
ni tan siquiera con lágrimas.
En esas manos benditas
que estaban entrelazadas,
y en esos siete puñales
que atravesaban tu alma.
Y templo se hizo tu palio
allá por la calle larga,
hay calles del Arahal
de azucenas blanqueadas.
Del cielo bajaron ángeles
que tras tu paso tocaban,
mientras querubines hombres,
te llevaban en su espalda.
La espadaña de la torre
hacía llorar su campana,
mientras la llama en la cera,
se iluminaba en tu cara.
Y todo quedó allí puesto,
entre las paredes blancas,
y una luna iluminando,
tu paso en la calle larga.
Madre del eterno Amor,
reina de las letanías,
sol que en la noche es lucero
y causa de la alegría.
Puerta de la eterna Gloria,
consuelo del pecador,
manantial de aguas claras,
y madre del Salvador.
Déjame ser el discípulo
para estar siempre a tu lado,
y fortalecer mi alma,
con tu Gracia y con tu Amparo.
Y es que tú eres lo más bello,
y es que tú eres Madre mía,
ese faro luminoso,
que a todos sus hijos guía.
Esos hijos que te ven
entre claustro y celosía,
con esos siete puñales
que son eterna agonía.
Bajo la luz cegadora
de una luna enamorada,
una noche te miré,
en una calle encalada.
Y ya para siempre fuiste,
el amor de mis amores,
porque nadie como tú,
mi Virgen, de los Dolores.
Gabriel Solís Carvajal
Publicado en el Boletín de la Hermandad
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