sábado, 19 de marzo de 2011

Juan Pablo II ¡Santo súbito!


Su Santidad el papa Benedicto XVI ha promulgado recientemente en Roma el decreto para la beatificación de su gran antecesor Juan Pablo II. El carismático, entrañable, anciano e inolvidable Papa, que a su muerte hizo prorrumpir a la muchedumbre emocionada el grito de “¡Santo súbito!” en la misma plaza de San Pedro.
Fue un grito de dolor y esperanza que surgió de millones y millones de católicos en todo el mundo, que así aclamaban las virtudes de aquel Papa que hizo del hombre -de la dignidad del hombre y la mujer- la pasión de su largo y fructífero pontificado.
Su contribución a la Iglesia ha sido enorme, en cantidad y profundidad. Muchas encíclicas, documentos, miles de nuevos beatos y santos, multitud de viajes a lo largo y ancho de los cinco continentes, y un largo etcétera. Sevilla recibió su visita en dos ocasiones, para la beatificación de Santa Ángela de la Cruz en noviembre de 1982, y en junio de 1993 para la clausura del Congreso Eucarístico internacional. Y, aunque parezca increíble, las autoridades políticas sevillanas no se ponen de acuerdo dónde ubica su monumento, ya terminado.
Aunque por las regulaciones canónicas fuese necesaria la existencia de un milagro para reconocerlo como beato, el mundo, a su muerte lo había proclamado ya santo. Pero el requerido milagro también se comprobó y, significativa y naturalmente, aquella gracia la otorgó el invocado Papa a una monja doliente que sufría de párkinson, la misma enfermedad que había acompañado a Juan Pablo II en los largos y penosos años de su ancianidad. Su famosa frase a los que aconsejaban su abdicación es muy significativa: “Cristo no se bajó de la cruz”.
Los creyentes sabemos que su Santidad había sido un regalo de Dios, para una época difícil y de cambio, y los no creyentes lo consideraron referente universal de la defensa y dignidad de la vida.
Se ha anunciado que su beatificación será el próximo 1 de mayo en Roma. Nunca mejor elegida la fecha, pues además de ser fiesta religiosa de la Divina Misericordia, es también fiesta tradicional de los trabajadores, y nadie ha trabajado tanto por el hombre y la mujer como Juan Pablo II, por sus derechos y dignidad. Sabía que la mies era mucha, llamaba constantemente al hombre a no tener miedo y a realizarse como persona acercándose a Dios. Estoy convencido que tras su beatificación, los numerosos milagros que ya se le atribuyen, su fama de santidad universal y la impronta de su imperecedera huella en la Iglesia y en el corazón de millones de cristianos, pronto harán que sea proclamado también santo.
Sus restos serán trasladados desde la cripta de San Pedro hasta una capilla en la imponente basílica, justo al lado de la sublime “Piedad” de Miguel Ángel. Seremos muchos los que acudamos a rezarle, al igual que –desde su tránsito al cielo- ha ocurrido ante su sencilla tumba.
La Iglesia necesita santos como Juan Pablo II, testigos fieles y auténticos del amor de Jesucristo y su Evangelio. En las dependencias de San Roque tenemos su retrato, signo de la devoción y cariño que le  profesamos.
Miguel Juan Bosco Jiménez Maldonado 
Publicado en el boletín de la Hermandad

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